martes, 18 de febrero de 2014

EN BUSCA DE LA BIOLOGÍA III

Reflexiones sobre la evolución (viene del post anterior)

Lo cierto es que el oportuno rebrote de la discusión entre creacionistas y
darwinistas y su entusiasta acogida por parte de estos últimos, ha sido el mayor refuerzo
que ha recibido el darwinismo en toda su historia. La “inteligente” estrategia de los
creacionistas (y su confusa variante del Diseño Inteligente), de rebatir la enormes
“lagunas” reales que presenta el darwinismo en la actualidad y recurrir a
descubrimientos y conceptos muy actuales, como la complejidad de la información
genética y de la elaboración de los organismos, la teoría de sistemas, las propiedades
emergentes, los “saltos” del registro fósil… hace que estén sentadas las condiciones
para que los darvinistas siembren sospechas sobre la condición de “creacionista
encubierto” de cualquier científico que utilice cualquiera de esos términos o
argumentos.

 La confusión está “creada”.

Pero esta falsa polémica, produce la impresión de ser el (con un poco de suerte) 
último recurso para intentar mantener una concepción de la vida apoyada por 150 años 
de explicaciones retóricas, la mayoría de ellas con un gran derroche de ingenio, de 
identificar el hecho de la evolución con la “teoría” darvinista, única posible y única 
existente, de “depuración” de las ideas de Darwin mediante la ocultación de las “menos 
adecuadas” o “políticamente incorrectas”. De ignorar o tergiversar a los precursores y 
silenciar voces disidentes, a veces, mediante métodos poco edificantes. Pero también, de 
desperdicio de inteligencias, que podrían haber realizado grandes aportaciones, por la 
manera en que han sido formadas y por el control sobre “las malas ideas”. De encauzar 
la investigación (y sus aplicaciones) por un camino descontrolado y “aleatorio”, dada la 
falta de una base realmente científica sobre la que trabajar. 
Uno de los argumentos más reiterativos utilizados para exaltar el darwinismo es 
que constituyó “una gran impulso” para la Biología. Cabría detenerse a recapacitar 
sobre la verosimilitud de la idea de que la ausencia de las ideas darvinistas habría 
impedido los descubrimientos científicos y los progresos tecnológicos que, 
inexorablemente, se han producido en los últimos años. Pero también cabría considerar 
si este impulso no la sacó del camino.

Retomando el camino

Resulta paradójico, casi se podría decir absurdo, que el éxtasis que, para un 
profano, produce contemplar la belleza y la armonía de la Naturaleza, resulte para un 
biólogo poco menos que un engaño, una superstición producto del desconocimiento. 
Porque, como “sabemos” los biólogos, detrás de esa “aparente” belleza hay una fea 
realidad. La investigación científica nos “revela” que los seres vivos, los animales, las 
plantas compiten implacablemente por sobrevivir, entre distintas especies, dentro de 
cada especie y hasta de la misma camada. En suma: una Naturaleza de dientes y garras 
tintas en sangre (se debería añadir “y de hojas y flores tintas en savia”). 
 Aunque la forma en cómo se concibe la Naturaleza tiene un evidente y estudiado 
componente cultural que se puede inscribir también en un contexto histórico que, en el 
caso que nos ocupa, es el período en el que coinciden la revolución industrial y con la 
máxima expansión colonial británica (cuyas consecuencias describe claramente Darwin 
en “El origen del hombre”), la actitud ante la Naturaleza, la impresión que ésta produce, 
tiene, por fuerza, un componente individual, derivado de la propia personalidad y del 
conocimiento y la relación que se ha tenido con ella. Se podría acudir al origen, al 
“autor” de la transformación de esta truculenta concepción en explicación científica, 
para comprender este componente individual, es decir, cual puede ser la impresión de 
una persona habituada a un entorno extremadamente domesticado y de carácter 
pusilánime e hipocondríaco (Darwin, Ch. R., 1876), ante la observación de la 
Naturaleza “salvaje” y compararla, por ejemplo, con la concepción acogedora y 
generosa que de ella tiene un indígena de la Amazonia o un poblador de cualquier otra 
selva tropical. Cabría esperar que la visión de los biólogos debería estar más próxima de 
la de estos últimos, de los que de verdad la conocen, y resulta descorazonador, si nos 
detenemos a pensar sobre ello, que la concepción que se ha convertido en científica, la 
que nos han “enseñado” a los biólogos, sea la de una persona que contempla la 
naturaleza desde fuera, como algo hostil y ajeno. La idea de una Naturaleza en la que 
cada cual tiene su sitio, en la que todos sus componentes son necesarios y en la que 
unos necesitan de otros para existir resulta para los darwinistas, por algún motivo digno 
de estudio, un “enigma”. Veamos un ejemplo de investigación publicado en una revista 
científica “de alto impacto”sobre las explicaciones “biológicas” de la existencia de 
cooperación: The emergence and maintenance of cooperation by natural selection is an 
enduring conundrum in evolutionary biology, which has been studied using a variety of 
game theoretical models inspired by different biological situations. The most widely 
studied games are the Prisoner's Dilemma, the Snowdrift game and by-product 
mutualism for pairwise interactions, as well as Public Goods games in larger groups of 
interacting individuals. (Hauert, C.et al., 2006) 
 Aquí me parece oportuno un inciso para comentar uno de los tópicos que 
determinan la investigación (y la carrera profesional) de los biólogos. Al parecer “el 
inglés es el idioma científico, y lo que no está publicado en inglés, no existe”. Sin 
embargo, se pueden ver abundantes artículos del tenor del comentado y aún más 
absurdos, (Evolution: The good, the bad and the lonely. Michor y Nowak, 2002) hasta 
el extremo de resultar ridículos para una persona razonable, publicados en las revistas 
más importantes del ámbito anglosajón. Unos artículos que, probablemente, harían que 
el editor de alguna de las, al parecer, minusvaloradas revistas de lengua hispana 
recomendase al autor una visita al psicólogo. Porque, si los biólogos, las personas que 
tienen esta concepción científica de la realidad actuasen consecuentemente en sus
 actividades habituales, su vida (y las de los que les rodeasen) debería de ser un 
verdadero infierno. Sin embargo, parece más que probable que sus vidas transcurran 
totalmente al margen de sus ideas científicas, incluso que sean personas generosas y 
solidarias (una especie de “mutantes”, según su base teórica) y que se limiten a trabajar 
sobre conceptos que se repiten mecánicamente sin detenerse a pensar muy 
profundamente sobre sus implicaciones. 
Y la muestra más espectacular (dramática) de esta repetición sistemática de 
concepciones superficiales y al margen de la realidad es la que constituye el 
“experimento” de la Biston betularia, el “icono de la evolución”. Su presencia en los 
libros de texto, en las clases de la universidad y en las páginas web de prestigiosas 
universidades, como introducción a “la evolución”, constituye una muestra más de 
cómo se pueden ajustar los datos a la teoría y de lo superficiales e inconsistentes que 
son sus pretendidas explicaciones sobre la evolución dirigida por la actuación de la 
selección natural. Comencemos por esto último: Supuestamente, el hecho de que las 
polillas del abedul tengan una variabilidad cromática que va desde el casi blanco a casi 
negro habría hecho que, ante el oscurecimiento, causado por la contaminación 
industrial, de los troncos de abedules, donde, también supuestamente, descansan 
habitualmente, hizo, según “observó” Kettlewell, que las polillas más claras fueran más 
visibles para sus pájaros depredadores, con lo que la población de polillas observadas 
(en un punto geográfico concreto de Inglaterra) pasó a ser mayoritariamente oscura. 
Esta sería la prueba más patente del “poder creativo” de la selección natural en el 
cambio evolutivo que, “con el tiempo” podría llegar a ser muy grande. Pero se olvida 
mencionar, por una parte, que las polillas supervivientes ya existían antes de la 
“selección”, absolutamente idénticas y por otra, que, por mucho que se repitiera el 
proceso, aunque fuera para otro supuesto carácter, las que sobrevivieran serían algunas 
de las existentes previamente, es decir, polillas. La narración se completa, a veces 
(Ayala, 1999), con el colofón de que, cuando se llevaron a cabo medidas contra la 
contaminación, las proporciones de polillas de los distintos matices pasaron a ser los 
“originales”, lo que convierte la supuesta prueba de la evolución en absurda. 
 Sin embargo, hace tiempo que existían sospechas sobre las pretendidas 
observaciones de Kettlewell. Las densidades de población de polillas del abedul en los 
bosques no son, ni mucho menos tan altas como figuran en las fotografías con que éste 
ilustró su “experimento”, lo que hizo pensar que lo había falsificado fijando polillas a 
los troncos con alfileres (Chauvin, 2000). Posteriormente, los entomólogos han 
realizado estudios exhaustivos sobre las polillas del abedul que han llevado a la 
conclusión de que, efectivamente sus densidades no son ni remotamente parecidas a las 
que se observan en las fotografías, pero, sobre todo, que no descansan en los tronco 
(Wells, 1999) salvo en, quizás, un 0,001% de las observaciones (Wolf-Ekkehard, 2003), 
sino en zonas no expuestas entre las copas de los árboles, por lo que los textos de 
biología y evolución deben ser revisados en el tema de la polilla moteada. Lo penoso de 
este caso es que incluso es posible que Kettlewell no pretendiese engañar a sus colegas. 
Se puede llegar a pensar que, al estar tan convencido de cómo tenía que ser, “ilustró” su 
convicción mediante un pequeño truco. Esto, naturalmente, no ha hecho que se elimine 
el “experimento” de los textos mencionados porque, ¿qué otra prueba visible de la 
actuación de la selección natural podrían poner en su lugar? 
En definitiva, y visto hasta dónde puede llevar la práctica de interpretar la 
Naturaleza en función de unas creencias previas, puede ser conveniente intentar un
 pequeño esfuerzo por “volver al camino”, por retomarlo donde quedó hace 150 años. Se 
podrían mencionar un buen puñado de “precursores” con ideas muy brillantes (ver 
Galera 2002), pero un buen punto de partida, puede ser “Filosofía Zoológica”(1809), el 
primer tratado dedicado íntegramente al estudio científico de la evolución con la clara 
concepción de que éste estudio es el que dota de base científica a la Biología: Nadie 
ignora que toda ciencia debe tener su filosofía (teoría), y que sólo por este camino 
puede hacer progresos reales. En vano consumirán los naturalistas todo su tiempo en 
describir nuevas especies / ... / porque si la filosofía es olvidada, sus progresos 
resultarán sin realidad y la obra entera quedará imperfecta. 
Para los que tenemos conocimiento de lo desafortunado que fue el momento de la 
presentación de la obra del republicano Lamarck a Napoleón (Casinos, 1986), de su 
ingente obra científica y del desdichado final de ésta, cuya impresionante obra “Historia 
natural de los animales sin vértebras” tuvo que dictar a la hija que le cuidaba ya que, 
expulsado de la Universidad tras la Restauración borbónica, pasó los diez últimos años 
de su vida ciego y en la indigencia, nos entristece pensar dónde estaría la Biología 
actual si las condiciones para la acogida de su obra y las del recibimiento de la de 
Darwin no hubieran sido las que fueron. Pero también nos apenan otras 
consideraciones: la concepción más general de la perspectiva lamarckista, cuyos 
“mecanismos” biológicos se están comenzando a conocer después de 150 años de 
negación de su existencia y de obstrucción de su investigación, es la capacidad de 
respuesta de los organismos a las condiciones ambientales, es decir, la influencia del 
ambiente en las características fenotípicas de los seres vivos. ¿No es posible imaginar 
cuanto dolor, cuantas injusticias y cuantas brutalidades de nuestra Historia (incluida la 
actual) se podrían haber evitado si la “concepción científica” de las características de los 
individuos, los pueblos las naciones, grabadas en sus “genes”, no las hubiese dotado de, 
al menos, justificación? 
Pero esa es otra historia (o tal vez no), así pues, volvamos al camino. Lamarck 
entendía sus aportaciones como el resultado, susceptible de verificación por otros 
científicos, del estudio empírico de la Naturaleza: Habré conseguido el objetivo que me 
propongo, si los amantes de las ciencias naturales encuentran es esta obra algunos 
puntos de vista y algunos principios útiles, si las observaciones que he expuesto en ella 
se confirman o si son aprobadas por los que han tenido ocasión de ocuparse de estos 
mismos temas… Pero también era consciente de la dificultad que tienen las ideas 
científicas “nuevas” (es decir, lo que deben de ser, por definición, las ideas 
verdaderamente científicas) para ser aceptadas, sobre todo, cuando en la ciencia hay 
implicados otros “intereses”: Sin embargo, muchas de las consideraciones nuevas que 
son expuestas en esta obra, desde su inicio prevendrán desfavorablemente al lector, por 
el único motivo de que las ideas ya admitidas van a rechazar a las nuevas. Como este 
poder de las ideas viejas sobre las que aparecen por primera vez favorece esta 
prevención, sobre todo cuando interviene un interés menor, resulta que a las 
dificultades que ya existen para descubrir verdades nuevas estudiando la Naturaleza, se 
le añaden las aún mayores de hacerlas aceptar. La concepción verdaderamente 
científica de la esencia, del sentido de la investigación científica y las intuiciones sobre 
las consecuencias de la intervención de “un interés menor” en ésta, resultan 
asombrosamente actuales. Y también la mayor parte de sus aportaciones sobre lo que se 
puede considerar los descubrimientos más “modernos” con los que la terca realidad ha 
desbaratado las concepciones más asumidas por la Biología “convencional”.
 Porque si nos remitimos a lo expuesto anteriormente sobre los descubrimientos 
recientes sobre el control de la información genética, la concepción lamarckiana más 
general, la del organismo como entidad fundamental sobre la que el ambiente ejerce su 
influencia, podría haber sido un punto de partida, una predicción, que habría preparado 
a los biólogos para comprender fenómenos que todavía parecen asumidos a duras penas, 
cuando no malinterpretados de una forma retórica y artificiosa: Que las circunstancias 
ambientales condicionan, no sólo la expresión de la información genética (fenómenos 
epigenéticos, control del splicing alternativo, estrés genómico…), sino la dinámica del 
proceso de desarrollo embrionario (Lachman, M. y Jablonka, E., 1996; Workman, C. T., 
2006; Hall, B, K., 2003; Richards, E. J., 2006;M. Li, C. M. y Klevecz, R. R., 2006; 
Tamkun, 2007; Muse, G. W., et al., 2007). Que el equilibrio y no la competencia es el 
cimiento fundamental de los ecosistemas (Proulx, S., Promislow, D.E.L. y Phillips, P. 
C., 2005; Bascompte, J., Jordano, P. y Olesen, J. M. 2006). Pero, sobre todo, sus 
intuiciones, fruto de su extraordinaria capacidad de trabajo y de observación, 
anticiparon la tendencia de las formas orgánicas a una mayor complejidad (Varabasi y 
Oltvai, 2004; Bornholdt, S., 2005; Aderem, 2005), la existencia de unas “leyes” (es 
decir, no “el azar”) que gobiernan la variabilidad de los organismos (LÖNNIG, W.W. y 
SAEDLER, H. 2003; Flores, M, et al., 2007) y que la capacidad de estos cambios están, 
de alguna manera, inscritas en los organismos (Wagner, G. P., Amemiya, C. y Ruddle, 
F., 2003; García-Fernández, 2005; Mulley, 
J. F., Chiu, C-U, y Holland, P. W. H., 
2006). 
En cualquier caso, y a diferencia de Darwin, Lamarck no trajo al Mundo “La 
Verdad” (Dawkins, 1975; Arsuaga, 2001) porque, él, como científico, sabía que en 
Ciencia no existe “la verdad” (ya que ésta sólo puede ser fruto de una “Revelación”) y 
sólo hay verdades parciales o aproximaciones a la realidad (verdades desconocidas, en 
su terminología). Pero aportó suficientes aproximaciones a la verdad para hacer posible 
la elaboración, a partir de ellas, de una base teórica verdaderamente científica para la 
Biología. Una base teórica capaz de incorporar coherentemente (es decir, no 
forzadamente) los datos y los conocimientos reales de reciente descubrimiento.

 Algunas aclaraciones previas

La elaboración, o la propuesta de un modelo teórico capaz de interrelacionar de un 
modo coherente los datos procedentes del registro fósil con los conocimientos 
biológicos de que disponemos en la actualidad y de estos entre sí, ha de partir, 
necesariamente, de los datos actuales (y no a la inversa, como parece ser lo asumido). 
Pero antes de pasar a comentar (obligatoriamente, de un modo superficial) las 
principales características y el posible significado de esta propuesta (Sandín 1997), creo 
conveniente un preámbulo para hacer unas aclaraciones sobre dos aspectos que pueden 
dificultar su interpretación como modelo de inspiración lamarckista. 
El primero, atañe a la “adecuación” de todas las ideas de Lamarck a los datos 
actuales. Parece razonable pensar que esto sería extremadamente improbable (al 
contrario de lo que parece suceder en “la” teoría), porque los avances tecnológicos han 
hecho posible llegar a un nivel de profundidad en las observaciones absolutamente 
impensables en su época. Sin embargo, no es difícil dilucidar cuales de sus ideas no son 
sostenibles en la actualidad ya que, al estar formuladas de una manera clara y metódica, 
son susceptibles a una crítica científica.
El segundo resulta más complejo. Se trata de un intento de clarificación de algunas 
confusiones, muy arraigadas en la terminología evolutiva, creadas precisamente por la 
confusión con que está planteado el darwinismo, tanto en su formulación inicial, como, 
muy especialmente, en sus posteriores “interpretaciones”.
 En cuanto al primer aspecto, Lamarck tenía una concepción gradualista de la 
evolución (transformación, en su terminología). Concebía ésta como un proceso gradual 
de adaptación a las condiciones ambientales. Sin embargo, los datos, tanto del registro 
fósil (Benton, M.J.. Wills, M.A. y Hitchin, R. 2000; Schefer, M. et al., 2001; Prokoph, 
A., Fowler, A.D. y Patterson, R.T. 2000; Hunt, G., 2007) como los procedentes del 
estudio del proceso embrionario ( Hall, 2003; Davidson, E. H. y Erwin, D. H., 2006; 
Schaefer, C. B. et al., 2007) nos revelan la existencia de procesos de cambio brusco de 
organización de los organismos, lo que, por otra parte, hace más adecuado el término 
“transformación” (Artur, W., 2006) empleado por Lamarck para definir el proceso. En 
cualquier caso, se puede seguir considerando como válida la concepción general 
lamarckista de la implicación del ambiente en los cambios porque se ha puesto de manifiesto,tanto en los procesos de adaptación(Cropley, J. F. et al., 2006;Ferguson-
Smith, A. C. y Greally, J. M., 2007; Benetti , R. et al., 2007) como en los cambios de 
organización (Hall, 2003; Reik, W., 2007 ), aunque, lógicamente, él jamás hubiera 
podido imaginar la existencia de fenómenos epigenéticos, elementos móviles, 
duplicaciones y reorganizaciones genómicas, genes homeóticos, etc., y el concepto de“estrés genómico”. 
El segundo problema resulta más arduo de analizar, pero no sólo por la confusión 
antes mencionada, sino porque hay concepciones tan asumidas que parece inconcebible 
dudar de ellas y sólo lo puede hacer el que está movido pos “intenciones ocultas”. Unas 
sospechas que resultan absurdas, porque, precisamente, la práctica científica 
fundamental es buscar los puntos débiles de las teorías vigentes para mejorarlas o, en su 
caso, cambiarlas. Veamos, pues, algunos de ellos. 
 Quizás el concepto que, desde mi punto de vista, genera más confusión, porque de 
él derivan otras arrastradas por las simplificaciones de la teoría convencional es 
confundir “el origen de las especies” con la evolución. Esto parece tan arraigado que, 
incluso muchos científicos críticos con el darwinismo hablan de la evolución en estos 
términos. No quisiera parecer innecesariamente “pedagógico” para muchos, pero sí 
parece necesario repetirlo para algunos: El origen de las especies, que era de lo que 
(suponía que) hablaba Darwin, es la especiación (cuyas únicas evidencias 
experimentales es decir, no mediante cálculos matemáticos, indican que están 
implicados “saltos” de elementos móviles (Bergman, C. M. y Bensasson, D., 2007; 
Wessler, S., 2007) que hacen posible que el cambio se produzca simultáneamente en un 
número considerable de individuos. Según nos revela el registro fósil, las especiaciones 
se han producido infinidad de veces en los distintos taxones (tras los grandes cambios 
de organización) sin dejar de ser unas diversificaciones dentro de un patrón morfológico 
básico, pero no son el supuesto “inicio” de los cambios de organización, porque las 
diferentes especies que surgen así se mantienen sin cambios sustanciales en su 
organización durante toda su existencia. Repito mis excusas (y el ejemplo), pero las 
libélulas han sufrido cientos, tal vez miles de especiaciones desde su “aparición” en el 
Carbonífero, sin dejar de ser libélulas. Es decir, cuando hablamos de, o “demostramos” 
la especiación, no estamos hablando de evolución, sino de variabilidad dentro de un 
patrón morfológico.
Otra confusión arrastrada por la anterior y que, a su vez, la “retroalimenta”, es la 
identificación de adaptación con evolución (la evolución como un proceso de 
adaptación gradual al ambiente), por ejemplo los mosquitos evolucionan haciéndose 
resistentes a los insecticidas (Ayala, 1999). Ya sabemos que existe una variada gama 
de procesos biológicos mediante los que los organismos responden a las condiciones de 
su entorno, es decir, mediante los cuales se ajustan, “se aferran” al ambiente. Esto no 
puede ser un mecanismo de cambio evolutivo sino, en todo caso, lo contrario. Los 
“mecanismos” de ajuste al ambiente son totalmente diferentes en sus procesos y en su 
significado de los que producen los cambios de organización, aunque éstos también 
estén desencadenados, en última instancia, por alteraciones en las condiciones 
ambientales. 
Pero quizás, lo que resulta más desalentador para el intento de depurar los 
conceptos científicos que se utilizan para describir procesos biológicos, algunos de una 
importancia verdaderamente trascendental, es la terminología derivada de la concepción 
de la Naturaleza de la “vieja” visión: las calificaciones que reciben todo tipo de 
fenómenos muy significativos, con expresiones que van desde términos empresariales 
hasta bélicos, pasando por el mundo del “hampa”. Desde “carreras armamentísticas” 
hasta “explotación” de los virus endógenos por parte del genoma, pasando por 
calificaciones para éstos como “secuestradores”, “saboteadores” o “falsificadores”, por 
no hablar de las estrategias “egoístas” de los genes. No me cansaré de insistir en que 
esta no es una terminología científica, sino el producto de una concepción de la vida que 
podríamos calificar de patológica, que es utilizada para adecuar los datos a la teoría 
dominante, pero que lo que consigue es introducir graves distorsiones en la 
interpretación de los fenómenos biológicos y que resulta muy perjudicial para una 
verdadera comprensión de los fenómenos de reciente descubrimiento. 
Consideraciones como estas, y algunas más vistas anteriormente, convierten en 
poco razonable la propuesta que, ante el aluvión de datos que contradicen radicalmente 
las asunciones asumidas sobre la evolución, han planteado algunos científicos (Carroll, 
R. L., 2000): la de “expandir” la teoría darwinista. Por lo que he podido ver, esta idea 
parte, al parecer, de dos asunciones que pueden ir unidas o independientes: de que 
Darwin fue el “descubridor” de la evolución, por lo que cuando se habla de evolución se 
habla de darwinismo, o bien, que ya hay aspectos de la teoría darwinista que están 
“suficientemente demostrados”. No parece necesario volver sobre la primera, pero sí 
puede ser conveniente insistir en que si la base teórica sobre la que se sustenta el 
darwinismo, la “Síntesis moderna”, es absolutamente falsa, todos los conceptos que se 
elaboren a partir de ella también lo serán. Las únicas “demostraciones” de fenómenos 
visibles en la Naturaleza que todavía se ofrecen en los textos darwinistas como ejemplos 
de la evolución por selección natural siguen siendo el “experimento” de la polilla del 
abedul, el caso de la anemia falciforme, cuya manifestación se ha mostrado mucho más 
compleja de lo que se creía (Higgs, D. R. y Wood, W. G., 2008) y la adquisición de 
resistencia de los mosquitos a los insecticidas. El resto de las supuestas demostraciones 
son, simplemente, interpretaciones “a posteriori” sobre porqué esos fenómenos están ahí 
(“porque han sido seleccionados”). 
Parece razonable insistir en que ante la “aparición” de fenómenos y procesos 
inimaginables hace pocos años en el campo de la Biología, es necesario “repensar” la 
evolución y, por tanto las explicaciones de dichos procesos y su integración coherente 
en nuestra disciplina. En palabras de Mauricio Abdalla (2006): La tecnología amplía la capacidad de “ver” fenómenos que antes estaban ocultos a los sentidos humanos y, la 
mayoría de las ocasiones, abre un nuevo campo fenomenológico que impulsa a la 
ciencia a reajustarse, produciendo un movimiento en las teorías científicas y hasta 
crisis de paradigmas. 
Lo que no parece razonable es la actitud de indignación con que es recibido por 
prestigiosos biólogos, como si fuera una agresión, cualquier intento de este tipo. 
Resulta envidiable el entusiasmo con que, por ejemplo, los físicos, reciben la existencia 
de cualquier punto débil en sus teorías o cualquier avance tecnológico que les permita 
profundizar en ellas o, incluso cambiarlas (y no se puede decir que no estén 
“actualizados” al respecto). También es cierto que ellos no disponen de un ser 
“providencial” que les trajo una verdad inmutable, porque todavía ninguno de sus 
grandes pensadores la ha encontrado. Tal vez por eso tampoco disponen de un 
aniversario con que celebrar el “verdadero nacimiento” de su disciplina. Ni siquiera el 
de Newton, porque sus explicaciones eran, de algún modo válidas, pero incompletas. 
Posiblemente, para encontrar un paralelo tendrían que remontarse a Aristóteles. Su 
teoría sobre el movimiento de “los cuatro elementos” hacia “sus semejantes”: el agua 
hacia el agua, la tierra hacia la tierra, el fuego hacia el fuego y el aire hacia el aire, 
explicaba todo. Era “evidente”, incluso verificable experimentalmente. Todo el mundo 
podía comprenderla, pero no era una explicación real. Porque, en Ciencia (excepto, al 
parecer, para la Biología), ninguna explicación de un fenómeno complejo puede ser 
sencilla.

 Fuente:
Máximo Sandín
http://www.somosbacteriasyvirus.com/

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