Reflexiones sobre la evolución (viene del post anterior)
Lo cierto es que el oportuno rebrote de la discusión entre creacionistas y
darwinistas y su entusiasta acogida por parte de estos últimos, ha sido el mayor refuerzo
que ha recibido el darwinismo en toda su historia. La “inteligente” estrategia de los
creacionistas (y su confusa variante del Diseño Inteligente), de rebatir la enormes
“lagunas” reales que presenta el darwinismo en la actualidad y recurrir a
descubrimientos y conceptos muy actuales, como la complejidad de la información
genética y de la elaboración de los organismos, la teoría de sistemas, las propiedades
emergentes, los “saltos” del registro fósil… hace que estén sentadas las condiciones
para que los darvinistas siembren sospechas sobre la condición de “creacionista
encubierto” de cualquier científico que utilice cualquiera de esos términos o
argumentos.
La confusión está “creada”.
Lo cierto es que el oportuno rebrote de la discusión entre creacionistas y
darwinistas y su entusiasta acogida por parte de estos últimos, ha sido el mayor refuerzo
que ha recibido el darwinismo en toda su historia. La “inteligente” estrategia de los
creacionistas (y su confusa variante del Diseño Inteligente), de rebatir la enormes
“lagunas” reales que presenta el darwinismo en la actualidad y recurrir a
descubrimientos y conceptos muy actuales, como la complejidad de la información
genética y de la elaboración de los organismos, la teoría de sistemas, las propiedades
emergentes, los “saltos” del registro fósil… hace que estén sentadas las condiciones
para que los darvinistas siembren sospechas sobre la condición de “creacionista
encubierto” de cualquier científico que utilice cualquiera de esos términos o
argumentos.
La confusión está “creada”.
Pero esta falsa polémica, produce la impresión de ser el (con un poco de suerte)
último recurso para intentar mantener una concepción de la vida apoyada por 150 años
de explicaciones retóricas, la mayoría de ellas con un gran derroche de ingenio, de
identificar el hecho de la evolución con la “teoría” darvinista, única posible y única
existente, de “depuración” de las ideas de Darwin mediante la ocultación de las “menos
adecuadas” o “políticamente incorrectas”. De ignorar o tergiversar a los precursores y
silenciar voces disidentes, a veces, mediante métodos poco edificantes. Pero también, de
desperdicio de inteligencias, que podrían haber realizado grandes aportaciones, por la
manera en que han sido formadas y por el control sobre “las malas ideas”. De encauzar
la investigación (y sus aplicaciones) por un camino descontrolado y “aleatorio”, dada la
falta de una base realmente científica sobre la que trabajar.
Uno de los argumentos más reiterativos utilizados para exaltar el darwinismo es
que constituyó “una gran impulso” para la Biología. Cabría detenerse a recapacitar
sobre la verosimilitud de la idea de que la ausencia de las ideas darvinistas habría
impedido los descubrimientos científicos y los progresos tecnológicos que,
inexorablemente, se han producido en los últimos años. Pero también cabría considerar
si este impulso no la sacó del camino.
Retomando el camino
Resulta paradójico, casi se podría decir absurdo, que el éxtasis que, para un
profano, produce contemplar la belleza y la armonía de la Naturaleza, resulte para un
biólogo poco menos que un engaño, una superstición producto del desconocimiento.
Porque, como “sabemos” los biólogos, detrás de esa “aparente” belleza hay una fea
realidad. La investigación científica nos “revela” que los seres vivos, los animales, las
plantas compiten implacablemente por sobrevivir, entre distintas especies, dentro de
cada especie y hasta de la misma camada. En suma: una Naturaleza de dientes y garras
tintas en sangre (se debería añadir “y de hojas y flores tintas en savia”).
Aunque la forma en cómo se concibe la Naturaleza tiene un evidente y estudiado
componente cultural que se puede inscribir también en un contexto histórico que, en el
caso que nos ocupa, es el período en el que coinciden la revolución industrial y con la
máxima expansión colonial británica (cuyas consecuencias describe claramente Darwin
en “El origen del hombre”), la actitud ante la Naturaleza, la impresión que ésta produce,
tiene, por fuerza, un componente individual, derivado de la propia personalidad y del
conocimiento y la relación que se ha tenido con ella. Se podría acudir al origen, al
“autor” de la transformación de esta truculenta concepción en explicación científica,
para comprender este componente individual, es decir, cual puede ser la impresión de
una persona habituada a un entorno extremadamente domesticado y de carácter
pusilánime e hipocondríaco (Darwin, Ch. R., 1876), ante la observación de la
Naturaleza “salvaje” y compararla, por ejemplo, con la concepción acogedora y
generosa que de ella tiene un indígena de la Amazonia o un poblador de cualquier otra
selva tropical. Cabría esperar que la visión de los biólogos debería estar más próxima de
la de estos últimos, de los que de verdad la conocen, y resulta descorazonador, si nos
detenemos a pensar sobre ello, que la concepción que se ha convertido en científica, la
que nos han “enseñado” a los biólogos, sea la de una persona que contempla la
naturaleza desde fuera, como algo hostil y ajeno. La idea de una Naturaleza en la que
cada cual tiene su sitio, en la que todos sus componentes son necesarios y en la que
unos necesitan de otros para existir resulta para los darwinistas, por algún motivo digno
de estudio, un “enigma”. Veamos un ejemplo de investigación publicado en una revista
científica “de alto impacto”sobre las explicaciones “biológicas” de la existencia de
cooperación: The emergence and maintenance of cooperation by natural selection is an
enduring conundrum in evolutionary biology, which has been studied using a variety of
game theoretical models inspired by different biological situations. The most widely
studied games are the Prisoner's Dilemma, the Snowdrift game and by-product
mutualism for pairwise interactions, as well as Public Goods games in larger groups of
interacting individuals. (Hauert, C.et al., 2006)
Aquí me parece oportuno un inciso para comentar uno de los tópicos que
determinan la investigación (y la carrera profesional) de los biólogos. Al parecer “el
inglés es el idioma científico, y lo que no está publicado en inglés, no existe”. Sin
embargo, se pueden ver abundantes artículos del tenor del comentado y aún más
absurdos, (Evolution: The good, the bad and the lonely. Michor y Nowak, 2002) hasta
el extremo de resultar ridículos para una persona razonable, publicados en las revistas
más importantes del ámbito anglosajón. Unos artículos que, probablemente, harían que
el editor de alguna de las, al parecer, minusvaloradas revistas de lengua hispana
recomendase al autor una visita al psicólogo. Porque, si los biólogos, las personas que
tienen esta concepción científica de la realidad actuasen consecuentemente en sus
actividades habituales, su vida (y las de los que les rodeasen) debería de ser un
verdadero infierno. Sin embargo, parece más que probable que sus vidas transcurran
totalmente al margen de sus ideas científicas, incluso que sean personas generosas y
solidarias (una especie de “mutantes”, según su base teórica) y que se limiten a trabajar
sobre conceptos que se repiten mecánicamente sin detenerse a pensar muy
profundamente sobre sus implicaciones.
Y la muestra más espectacular (dramática) de esta repetición sistemática de
concepciones superficiales y al margen de la realidad es la que constituye el
“experimento” de la Biston betularia, el “icono de la evolución”. Su presencia en los
libros de texto, en las clases de la universidad y en las páginas web de prestigiosas
universidades, como introducción a “la evolución”, constituye una muestra más de
cómo se pueden ajustar los datos a la teoría y de lo superficiales e inconsistentes que
son sus pretendidas explicaciones sobre la evolución dirigida por la actuación de la
selección natural. Comencemos por esto último: Supuestamente, el hecho de que las
polillas del abedul tengan una variabilidad cromática que va desde el casi blanco a casi
negro habría hecho que, ante el oscurecimiento, causado por la contaminación
industrial, de los troncos de abedules, donde, también supuestamente, descansan
habitualmente, hizo, según “observó” Kettlewell, que las polillas más claras fueran más
visibles para sus pájaros depredadores, con lo que la población de polillas observadas
(en un punto geográfico concreto de Inglaterra) pasó a ser mayoritariamente oscura.
Esta sería la prueba más patente del “poder creativo” de la selección natural en el
cambio evolutivo que, “con el tiempo” podría llegar a ser muy grande. Pero se olvida
mencionar, por una parte, que las polillas supervivientes ya existían antes de la
“selección”, absolutamente idénticas y por otra, que, por mucho que se repitiera el
proceso, aunque fuera para otro supuesto carácter, las que sobrevivieran serían algunas
de las existentes previamente, es decir, polillas. La narración se completa, a veces
(Ayala, 1999), con el colofón de que, cuando se llevaron a cabo medidas contra la
contaminación, las proporciones de polillas de los distintos matices pasaron a ser los
“originales”, lo que convierte la supuesta prueba de la evolución en absurda.
Sin embargo, hace tiempo que existían sospechas sobre las pretendidas
observaciones de Kettlewell. Las densidades de población de polillas del abedul en los
bosques no son, ni mucho menos tan altas como figuran en las fotografías con que éste
ilustró su “experimento”, lo que hizo pensar que lo había falsificado fijando polillas a
los troncos con alfileres (Chauvin, 2000). Posteriormente, los entomólogos han
realizado estudios exhaustivos sobre las polillas del abedul que han llevado a la
conclusión de que, efectivamente sus densidades no son ni remotamente parecidas a las
que se observan en las fotografías, pero, sobre todo, que no descansan en los tronco
(Wells, 1999) salvo en, quizás, un 0,001% de las observaciones (Wolf-Ekkehard, 2003),
sino en zonas no expuestas entre las copas de los árboles, por lo que los textos de
biología y evolución deben ser revisados en el tema de la polilla moteada. Lo penoso de
este caso es que incluso es posible que Kettlewell no pretendiese engañar a sus colegas.
Se puede llegar a pensar que, al estar tan convencido de cómo tenía que ser, “ilustró” su
convicción mediante un pequeño truco. Esto, naturalmente, no ha hecho que se elimine
el “experimento” de los textos mencionados porque, ¿qué otra prueba visible de la
actuación de la selección natural podrían poner en su lugar?
En definitiva, y visto hasta dónde puede llevar la práctica de interpretar la
Naturaleza en función de unas creencias previas, puede ser conveniente intentar un
pequeño esfuerzo por “volver al camino”, por retomarlo donde quedó hace 150 años. Se
podrían mencionar un buen puñado de “precursores” con ideas muy brillantes (ver
Galera 2002), pero un buen punto de partida, puede ser “Filosofía Zoológica”(1809), el
primer tratado dedicado íntegramente al estudio científico de la evolución con la clara
concepción de que éste estudio es el que dota de base científica a la Biología: Nadie
ignora que toda ciencia debe tener su filosofía (teoría), y que sólo por este camino
puede hacer progresos reales. En vano consumirán los naturalistas todo su tiempo en
describir nuevas especies / ... / porque si la filosofía es olvidada, sus progresos
resultarán sin realidad y la obra entera quedará imperfecta.
Para los que tenemos conocimiento de lo desafortunado que fue el momento de la
presentación de la obra del republicano Lamarck a Napoleón (Casinos, 1986), de su
ingente obra científica y del desdichado final de ésta, cuya impresionante obra “Historia
natural de los animales sin vértebras” tuvo que dictar a la hija que le cuidaba ya que,
expulsado de la Universidad tras la Restauración borbónica, pasó los diez últimos años
de su vida ciego y en la indigencia, nos entristece pensar dónde estaría la Biología
actual si las condiciones para la acogida de su obra y las del recibimiento de la de
Darwin no hubieran sido las que fueron. Pero también nos apenan otras
consideraciones: la concepción más general de la perspectiva lamarckista, cuyos
“mecanismos” biológicos se están comenzando a conocer después de 150 años de
negación de su existencia y de obstrucción de su investigación, es la capacidad de
respuesta de los organismos a las condiciones ambientales, es decir, la influencia del
ambiente en las características fenotípicas de los seres vivos. ¿No es posible imaginar
cuanto dolor, cuantas injusticias y cuantas brutalidades de nuestra Historia (incluida la
actual) se podrían haber evitado si la “concepción científica” de las características de los
individuos, los pueblos las naciones, grabadas en sus “genes”, no las hubiese dotado de,
al menos, justificación?
Pero esa es otra historia (o tal vez no), así pues, volvamos al camino. Lamarck
entendía sus aportaciones como el resultado, susceptible de verificación por otros
científicos, del estudio empírico de la Naturaleza: Habré conseguido el objetivo que me
propongo, si los amantes de las ciencias naturales encuentran es esta obra algunos
puntos de vista y algunos principios útiles, si las observaciones que he expuesto en ella
se confirman o si son aprobadas por los que han tenido ocasión de ocuparse de estos
mismos temas… Pero también era consciente de la dificultad que tienen las ideas
científicas “nuevas” (es decir, lo que deben de ser, por definición, las ideas
verdaderamente científicas) para ser aceptadas, sobre todo, cuando en la ciencia hay
implicados otros “intereses”: Sin embargo, muchas de las consideraciones nuevas que
son expuestas en esta obra, desde su inicio prevendrán desfavorablemente al lector, por
el único motivo de que las ideas ya admitidas van a rechazar a las nuevas. Como este
poder de las ideas viejas sobre las que aparecen por primera vez favorece esta
prevención, sobre todo cuando interviene un interés menor, resulta que a las
dificultades que ya existen para descubrir verdades nuevas estudiando la Naturaleza, se
le añaden las aún mayores de hacerlas aceptar. La concepción verdaderamente
científica de la esencia, del sentido de la investigación científica y las intuiciones sobre
las consecuencias de la intervención de “un interés menor” en ésta, resultan
asombrosamente actuales. Y también la mayor parte de sus aportaciones sobre lo que se
puede considerar los descubrimientos más “modernos” con los que la terca realidad ha
desbaratado las concepciones más asumidas por la Biología “convencional”.
Porque si nos remitimos a lo expuesto anteriormente sobre los descubrimientos
recientes sobre el control de la información genética, la concepción lamarckiana más
general, la del organismo como entidad fundamental sobre la que el ambiente ejerce su
influencia, podría haber sido un punto de partida, una predicción, que habría preparado
a los biólogos para comprender fenómenos que todavía parecen asumidos a duras penas,
cuando no malinterpretados de una forma retórica y artificiosa: Que las circunstancias
ambientales condicionan, no sólo la expresión de la información genética (fenómenos
epigenéticos, control del splicing alternativo, estrés genómico…), sino la dinámica del
proceso de desarrollo embrionario (Lachman, M. y Jablonka, E., 1996; Workman, C. T.,
2006; Hall, B, K., 2003; Richards, E. J., 2006;M. Li, C. M. y Klevecz, R. R., 2006;
Tamkun, 2007; Muse, G. W., et al., 2007). Que el equilibrio y no la competencia es el
cimiento fundamental de los ecosistemas (Proulx, S., Promislow, D.E.L. y Phillips, P.
C., 2005; Bascompte, J., Jordano, P. y Olesen, J. M. 2006). Pero, sobre todo, sus
intuiciones, fruto de su extraordinaria capacidad de trabajo y de observación,
anticiparon la tendencia de las formas orgánicas a una mayor complejidad (Varabasi y
Oltvai, 2004; Bornholdt, S., 2005; Aderem, 2005), la existencia de unas “leyes” (es
decir, no “el azar”) que gobiernan la variabilidad de los organismos (LÖNNIG, W.W. y
SAEDLER, H. 2003; Flores, M, et al., 2007) y que la capacidad de estos cambios están,
de alguna manera, inscritas en los organismos (Wagner, G. P., Amemiya, C. y Ruddle,
F., 2003; García-Fernández, 2005; Mulley,
J. F., Chiu, C-U, y Holland, P. W. H.,
2006).
En cualquier caso, y a diferencia de Darwin, Lamarck no trajo al Mundo “La
Verdad” (Dawkins, 1975; Arsuaga, 2001) porque, él, como científico, sabía que en
Ciencia no existe “la verdad” (ya que ésta sólo puede ser fruto de una “Revelación”) y
sólo hay verdades parciales o aproximaciones a la realidad (verdades desconocidas, en
su terminología). Pero aportó suficientes aproximaciones a la verdad para hacer posible
la elaboración, a partir de ellas, de una base teórica verdaderamente científica para la
Biología. Una base teórica capaz de incorporar coherentemente (es decir, no
forzadamente) los datos y los conocimientos reales de reciente descubrimiento.
Algunas aclaraciones previas
La elaboración, o la propuesta de un modelo teórico capaz de interrelacionar de un
modo coherente los datos procedentes del registro fósil con los conocimientos
biológicos de que disponemos en la actualidad y de estos entre sí, ha de partir,
necesariamente, de los datos actuales (y no a la inversa, como parece ser lo asumido).
Pero antes de pasar a comentar (obligatoriamente, de un modo superficial) las
principales características y el posible significado de esta propuesta (Sandín 1997), creo
conveniente un preámbulo para hacer unas aclaraciones sobre dos aspectos que pueden
dificultar su interpretación como modelo de inspiración lamarckista.
El primero, atañe a la “adecuación” de todas las ideas de Lamarck a los datos
actuales. Parece razonable pensar que esto sería extremadamente improbable (al
contrario de lo que parece suceder en “la” teoría), porque los avances tecnológicos han
hecho posible llegar a un nivel de profundidad en las observaciones absolutamente
impensables en su época. Sin embargo, no es difícil dilucidar cuales de sus ideas no son
sostenibles en la actualidad ya que, al estar formuladas de una manera clara y metódica,
son susceptibles a una crítica científica.
El segundo resulta más complejo. Se trata de un intento de clarificación de algunas
confusiones, muy arraigadas en la terminología evolutiva, creadas precisamente por la
confusión con que está planteado el darwinismo, tanto en su formulación inicial, como,
muy especialmente, en sus posteriores “interpretaciones”.
En cuanto al primer aspecto, Lamarck tenía una concepción gradualista de la
evolución (transformación, en su terminología). Concebía ésta como un proceso gradual
de adaptación a las condiciones ambientales. Sin embargo, los datos, tanto del registro
fósil (Benton, M.J.. Wills, M.A. y Hitchin, R. 2000; Schefer, M. et al., 2001; Prokoph,
A., Fowler, A.D. y Patterson, R.T. 2000; Hunt, G., 2007) como los procedentes del
estudio del proceso embrionario ( Hall, 2003; Davidson, E. H. y Erwin, D. H., 2006;
Schaefer, C. B. et al., 2007) nos revelan la existencia de procesos de cambio brusco de
organización de los organismos, lo que, por otra parte, hace más adecuado el término
“transformación” (Artur, W., 2006) empleado por Lamarck para definir el proceso. En
cualquier caso, se puede seguir considerando como válida la concepción general
lamarckista de la implicación del ambiente en los cambios porque se ha puesto de manifiesto,tanto en los procesos de adaptación(Cropley, J. F. et al., 2006;Ferguson-
Smith, A. C. y Greally, J. M., 2007; Benetti , R. et al., 2007) como en los cambios de
organización (Hall, 2003; Reik, W., 2007 ), aunque, lógicamente, él jamás hubiera
podido imaginar la existencia de fenómenos epigenéticos, elementos móviles,
duplicaciones y reorganizaciones genómicas, genes homeóticos, etc., y el concepto de“estrés genómico”.
El segundo problema resulta más arduo de analizar, pero no sólo por la confusión
antes mencionada, sino porque hay concepciones tan asumidas que parece inconcebible
dudar de ellas y sólo lo puede hacer el que está movido pos “intenciones ocultas”. Unas
sospechas que resultan absurdas, porque, precisamente, la práctica científica
fundamental es buscar los puntos débiles de las teorías vigentes para mejorarlas o, en su
caso, cambiarlas. Veamos, pues, algunos de ellos.
Quizás el concepto que, desde mi punto de vista, genera más confusión, porque de
él derivan otras arrastradas por las simplificaciones de la teoría convencional es
confundir “el origen de las especies” con la evolución. Esto parece tan arraigado que,
incluso muchos científicos críticos con el darwinismo hablan de la evolución en estos
términos. No quisiera parecer innecesariamente “pedagógico” para muchos, pero sí
parece necesario repetirlo para algunos: El origen de las especies, que era de lo que
(suponía que) hablaba Darwin, es la especiación (cuyas únicas evidencias
experimentales es decir, no mediante cálculos matemáticos, indican que están
implicados “saltos” de elementos móviles (Bergman, C. M. y Bensasson, D., 2007;
Wessler, S., 2007) que hacen posible que el cambio se produzca simultáneamente en un
número considerable de individuos. Según nos revela el registro fósil, las especiaciones
se han producido infinidad de veces en los distintos taxones (tras los grandes cambios
de organización) sin dejar de ser unas diversificaciones dentro de un patrón morfológico
básico, pero no son el supuesto “inicio” de los cambios de organización, porque las
diferentes especies que surgen así se mantienen sin cambios sustanciales en su
organización durante toda su existencia. Repito mis excusas (y el ejemplo), pero las
libélulas han sufrido cientos, tal vez miles de especiaciones desde su “aparición” en el
Carbonífero, sin dejar de ser libélulas. Es decir, cuando hablamos de, o “demostramos”
la especiación, no estamos hablando de evolución, sino de variabilidad dentro de un
patrón morfológico.
Otra confusión arrastrada por la anterior y que, a su vez, la “retroalimenta”, es la
identificación de adaptación con evolución (la evolución como un proceso de
adaptación gradual al ambiente), por ejemplo los mosquitos evolucionan haciéndose
resistentes a los insecticidas (Ayala, 1999). Ya sabemos que existe una variada gama
de procesos biológicos mediante los que los organismos responden a las condiciones de
su entorno, es decir, mediante los cuales se ajustan, “se aferran” al ambiente. Esto no
puede ser un mecanismo de cambio evolutivo sino, en todo caso, lo contrario. Los
“mecanismos” de ajuste al ambiente son totalmente diferentes en sus procesos y en su
significado de los que producen los cambios de organización, aunque éstos también
estén desencadenados, en última instancia, por alteraciones en las condiciones
ambientales.
Pero quizás, lo que resulta más desalentador para el intento de depurar los
conceptos científicos que se utilizan para describir procesos biológicos, algunos de una
importancia verdaderamente trascendental, es la terminología derivada de la concepción
de la Naturaleza de la “vieja” visión: las calificaciones que reciben todo tipo de
fenómenos muy significativos, con expresiones que van desde términos empresariales
hasta bélicos, pasando por el mundo del “hampa”. Desde “carreras armamentísticas”
hasta “explotación” de los virus endógenos por parte del genoma, pasando por
calificaciones para éstos como “secuestradores”, “saboteadores” o “falsificadores”, por
no hablar de las estrategias “egoístas” de los genes. No me cansaré de insistir en que
esta no es una terminología científica, sino el producto de una concepción de la vida que
podríamos calificar de patológica, que es utilizada para adecuar los datos a la teoría
dominante, pero que lo que consigue es introducir graves distorsiones en la
interpretación de los fenómenos biológicos y que resulta muy perjudicial para una
verdadera comprensión de los fenómenos de reciente descubrimiento.
Consideraciones como estas, y algunas más vistas anteriormente, convierten en
poco razonable la propuesta que, ante el aluvión de datos que contradicen radicalmente
las asunciones asumidas sobre la evolución, han planteado algunos científicos (Carroll,
R. L., 2000): la de “expandir” la teoría darwinista. Por lo que he podido ver, esta idea
parte, al parecer, de dos asunciones que pueden ir unidas o independientes: de que
Darwin fue el “descubridor” de la evolución, por lo que cuando se habla de evolución se
habla de darwinismo, o bien, que ya hay aspectos de la teoría darwinista que están
“suficientemente demostrados”. No parece necesario volver sobre la primera, pero sí
puede ser conveniente insistir en que si la base teórica sobre la que se sustenta el
darwinismo, la “Síntesis moderna”, es absolutamente falsa, todos los conceptos que se
elaboren a partir de ella también lo serán. Las únicas “demostraciones” de fenómenos
visibles en la Naturaleza que todavía se ofrecen en los textos darwinistas como ejemplos
de la evolución por selección natural siguen siendo el “experimento” de la polilla del
abedul, el caso de la anemia falciforme, cuya manifestación se ha mostrado mucho más
compleja de lo que se creía (Higgs, D. R. y Wood, W. G., 2008) y la adquisición de
resistencia de los mosquitos a los insecticidas. El resto de las supuestas demostraciones
son, simplemente, interpretaciones “a posteriori” sobre porqué esos fenómenos están ahí
(“porque han sido seleccionados”).
Parece razonable insistir en que ante la “aparición” de fenómenos y procesos
inimaginables hace pocos años en el campo de la Biología, es necesario “repensar” la
evolución y, por tanto las explicaciones de dichos procesos y su integración coherente
en nuestra disciplina. En palabras de Mauricio Abdalla (2006): La tecnología amplía la capacidad de “ver” fenómenos que antes estaban ocultos a los sentidos humanos y, la
mayoría de las ocasiones, abre un nuevo campo fenomenológico que impulsa a la
ciencia a reajustarse, produciendo un movimiento en las teorías científicas y hasta
crisis de paradigmas.
Lo que no parece razonable es la actitud de indignación con que es recibido por
prestigiosos biólogos, como si fuera una agresión, cualquier intento de este tipo.
Resulta envidiable el entusiasmo con que, por ejemplo, los físicos, reciben la existencia
de cualquier punto débil en sus teorías o cualquier avance tecnológico que les permita
profundizar en ellas o, incluso cambiarlas (y no se puede decir que no estén
“actualizados” al respecto). También es cierto que ellos no disponen de un ser
“providencial” que les trajo una verdad inmutable, porque todavía ninguno de sus
grandes pensadores la ha encontrado. Tal vez por eso tampoco disponen de un
aniversario con que celebrar el “verdadero nacimiento” de su disciplina. Ni siquiera el
de Newton, porque sus explicaciones eran, de algún modo válidas, pero incompletas.
Posiblemente, para encontrar un paralelo tendrían que remontarse a Aristóteles. Su
teoría sobre el movimiento de “los cuatro elementos” hacia “sus semejantes”: el agua
hacia el agua, la tierra hacia la tierra, el fuego hacia el fuego y el aire hacia el aire,
explicaba todo. Era “evidente”, incluso verificable experimentalmente. Todo el mundo
podía comprenderla, pero no era una explicación real. Porque, en Ciencia (excepto, al
parecer, para la Biología), ninguna explicación de un fenómeno complejo puede ser
sencilla.
Fuente:
Máximo Sandín
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