jueves, 29 de septiembre de 2016

DECÍ QUE ES PELOTUDO, PERO, ¿QUE PASARÍA SI EL IMBÉCIL LLEGARA A LEER LA PROPOSICIÓN DE JONATHAN SWIFT?¿O YA LA LEYÓ?





Una modesta proposición:

Para prevenir que los niños de los pobres de Irlanda sean

una carga para sus padres o el país, y para hacerlos útiles al público

[Sátira - Texto completo.]
Jonathan Swift
Es un asunto melancólico para quienes pasean por esta gran ciudad o viajan por el campo, ver las calles, los caminos y las puertas de las cabañas atestados de mendigos del sexo femenino, seguidos de tres, cuatro o seis niños, todos en harapos e importunando a cada viajero por una limosna. Esas madres, en vez de hallarse en condiciones de trabajar para ganarse la vida honestamente, se ven obligadas a perder su tiempo en la vagancia, mendigando el sustento de sus desvalidos infantes: quienes, apenas crecen, se hacen ladrones por falta de trabajo, o abandonan su querido país natal para luchar por el Pretendiente en España, o se venden a sí mismos en las Barbados.
Creo que todos los partidos están de acuerdo en que este número prodigioso de niños en los brazos, sobre las espaldas o a los talones de sus madres, y frecuentemente de sus padres, resulta en el deplorable estado actual del Reino un perjuicio adicional muy grande; y por lo tanto, quienquiera que encontrase un método razonable, económico y fácil para hacer de ellos miembros cabales y útiles del estado, merecería tanto agradecimiento del público como para tener instalada su estatua como protector de la Nación.
Pero mi intención está muy lejos de limitarse a proveer solamente por los niños de los mendigos declarados: es de alcance mucho mayor y tendrá en cuenta el número total de infantes de cierta edad nacidos de padres que de hecho son tan poco capaces de mantenerlos como los que solicitan nuestra caridad en las calles.
Por mi parte, habiendo volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduradamente los diversos planes de otros proyectistas, siempre los he encontrado groseramente equivocados en su cálculo. Es cierto que un niño recién nacido puede ser mantenido durante un año solar por la leche materna y poco alimento más; a lo sumo por un valor no mayor de dos chelines o su equivalente en mendrugos, que la madre puede conseguir ciertamente mediante su legítima ocupación de mendigar. Y es exactamente al año de edad que yo propongo que nos ocupemos de ellos de manera tal que en lugar de constituir una carga para sus padres o la parroquia, o de carecer de comida y vestido por el resto de sus vidas, contribuirán por el contrario a la alimentación, y en parte a la vestimenta, de muchos miles.
Hay además otra gran ventaja en mi plan, que evitará esos abortos voluntarios y esa práctica horrenda, ¡cielos!, ¡demasiado frecuente entre nosotros!, de mujeres que asesinan a sus hijos bastardos, sacrificando a los pobres bebés inocentes, no sé si más por evitar los gastos que la vergüenza, lo cual arrancaría las lágrimas y la piedad del pecho más salvaje e inhumano.
El número de almas en este reino se estima usualmente en un millón y medio, de éstas calculo que puede haber aproximadamente doscientas mil parejas cuyas mujeres son fecundas; de ese número resto treinta mil parejas capaces de mantener a sus hijos, aunque entiendo que puede no haber tantas bajo las actuales angustias del reino; pero suponiéndolo así, quedarán ciento setenta mil parideras. Resto nuevamente cincuenta mil por las mujeres que abortan, o cuyos hijos mueren por accidente o enfermedad antes de cumplir el año. Quedan sólo ciento veinte mil hijos de padres pobres nacidos anualmente: la cuestión es entonces, cómo se educará y sostendrá a esta cantidad, lo cual, como ya he dicho, es completamente imposible, en el actual estado de cosas, mediante los métodos hasta ahora propuestos. Porque no podemos emplearlos ni en la artesanía ni en la agricultura; ni construimos casas (quiero decir en el campo) ni cultivamos la tierra: raramente pueden ganarse la vida mediante el robo antes de los seis años, excepto cuando están precozmente dotados, aunque confieso que aprenden los rudimentos mucho antes, época durante la cual sólo pueden considerarse aficionados, según me ha informado un caballero del condado de Cavan, quien me aseguró que nunca supo de más de uno o dos casos bajo la edad de seis, ni siquiera en una parte del reino tan renombrada por la más pronta competencia en ese arte.
Me aseguran nuestros comerciantes que un muchacho o muchacha no es mercancía vendible antes de los doce años; e incluso cuando llegan a esta edad no producirán más de tres libras o tres libras y media corona como máximo en la transacción; lo que ni siquiera puede compensar a los padres o al reino el gasto en nutrición y harapos, que habrá sido al menos de cuatro veces ese valor.
Propondré ahora por lo tanto humildemente mis propias reflexiones, que espero no se prestarán a la menor objeción.
Me ha asegurado un americano muy entendido que conozco en Londres, que un tierno niño sano y bien criado constituye al año de edad el alimento más delicioso, nutritivo y saludable, ya sea estofado, asado, al horno o hervido; y no dudo que servirá igualmente en un fricasé o un ragout.
Ofrezco por lo tanto humildemente a la consideración del público que de los ciento veinte mil niños ya calculados, veinte mil se reserven para la reproducción, de los cuales sólo una cuarta parte serán machos; lo que es más de lo que permitimos a las ovejas, las vacas y los puercos; y mi razón es que esos niños raramente son frutos del matrimonio, una circunstancia no muy estimada por nuestros salvajes, en consecuencia un macho será suficiente para servir a cuatro hembras. De manera que los cien mil restantes pueden, al año de edad, ser ofrecidos en venta a las personas de calidad y fortuna del reino; aconsejando siempre a las madres que los amamanten copiosamente durante el último mes, a fin de ponerlos regordetes y mantecosos para una buena mesa. Un niño llenará dos fuentes en una comida para los amigos; y cuando la familia cene sola, el cuarto delantero o trasero constituirá un plato razonable, y sazonado con un poco de pimienta o de sal después de hervirlo resultará muy bueno hasta el cuarto día, especialmente en invierno.
He calculado que como término medio un niño recién nacido pesará doce libras, y en un año solar, si es tolerablemente criado, alcanzará las veintiocho.
Concedo que este manjar resultará algo costoso, y será por lo tanto muy apropiado para terratenientes, quienes, como ya han devorado a la mayoría de los padres, parecen acreditar los mejores derechos sobre los hijos.
Todo el año habrá carne de infante, pero más abundantemente en marzo, y un poco antes o después: pues nos informa un grave autor, eminente médico francés, que siendo el pescado una dieta prolífica, en los países católicos romanos nacen muchos mas niños aproximadamente nueve meses después de Cuaresma que en cualquier otra estación; en consecuencia, contando un año después de Cuaresma, los mercados estarán más abarrotados que de costumbre, porque el número de niños papistas es por lo menos de tres a uno en este reino: y entonces esto traerá otra ventaja colateral, al disminuir el número de papistas entre nosotros.
Ya he calculado el costo de crianza de un hijo de mendigo (entre los que incluyo a todos los cabañeros, a los jornaleros y a cuatro quintos de los campesinos) en unos dos chelines por año, harapos incluidos; y creo que ningún caballero se quejaría de pagar diez chelines por el cuerpo de un buen niño gordo, del cual, como he dicho, sacará cuatro fuentes de excelente carne nutritiva cuando sólo tenga a algún amigo o a su propia familia a comer con él. De este modo, el hacendado aprenderá a ser un buen terrateniente y se hará popular entre los arrendatarios; y la madre tendrá ocho chelines de ganancia limpia y quedará en condiciones de trabajar hasta que produzca otro niño.
Quienes sean más ahorrativos (como debo confesar que requieren los tiempos) pueden desollar el cuerpo; con la piel, artificiosamente preparada, se podrán hacer admirables guantes para damas y botas de verano para caballeros elegantes.
En nuestra ciudad de Dublín, los mataderos para este propósito pueden establecerse en sus zonas más convenientes, y podemos estar seguros de que carniceros no faltarán; aunque más bien recomiendo comprar los niños vivos y adobarlos mientras aún están tibios del cuchillo, como hacemos para asar los cerdos.
Una persona muy respetable, verdadera amante de su patria, cuyas virtudes estimo muchísimo, se entretuvo últimamente en discurrir sobre este asunto con el fin de ofrecer un refinamiento de mi plan. Se le ocurrió que, puesto que muchos caballeros de este reino han terminado por exterminar sus ciervos, la demanda de carne de venado podría ser bien satisfecha por los cuerpos de jóvenes mozos y doncellas, no mayores de catorce años ni menores de doce; ya que son tantos los que están a punto de morir de hambre en todo el país, por falta de trabajo y de ayuda; de éstos dispondrían sus padres, si estuvieran vivos, o de lo contrario, sus parientes más cercanos. Pero con la debida consideración a tan excelente amigo y meritorio patriota, no puedo mostrarme de acuerdo con sus sentimientos; porque en lo que concierne a los machos, mi conocido americano me aseguró, en base a su frecuente experiencia, que la carne era generalmente correosa y magra, como la de nuestros escolares por el continuo ejercicio, y su sabor desagradable; y cebarlos no justificaría el gasto. En cuanto a la mujeres, creo humildemente que constituiría una pérdida para el público, porque muy pronto serían fecundas; y además, no es improbable que alguna gente escrupulosa fuera capaz de censurar semejante práctica (aunque por cierto muy injustamente) como un poco lindante con la crueldad; lo cual, confieso, ha sido siempre para mí la objeción más firme contra cualquier proyecto, por bien intencionado que estuviera.
Pero a fin de justificar a mi amigo, él confesó que este expediente se lo metió en la cabeza el famoso Psalmanazar, un nativo de la isla de Formosa que llegó de allí a Londres hace más de veinte años, y que conversando con él le contó que en su país, cuando una persona joven era condenada a muerte, el verdugo vendía el cadáver a personas de calidad como un bocado de los mejores, y que en su época el cuerpo de una rolliza muchacha de quince años, que fue crucificada por un intento de envenenar al emperador, fue vendido al Primer Ministro del Estado de Su Majestad Imperial y a otros grandes mandarines de la corte, junto al patíbulo, por cuatrocientas coronas. Ni en efecto puedo negar que si el mismo uso se hiciera de varias jóvenes rollizas de esta ciudad, que sin tener cuatro peniques de fortuna no pueden andar si no es en coche, y aparecen en el teatro y las reuniones con exóticos atavíos que nunca pagarán, el reino no estaría peor.
Algunas personas de espíritu agorero están muy preocupadas por la gran cantidad de pobres que están viejos, enfermos o inválidos, y me han pedido que dedique mi talento a encontrar el medio de desembarazar a la nación de un estorbo tan gravoso. Pero este asunto no me aflige en absoluto, porque es muy sabido que esa gente se está muriendo y pudriendo cada día por el frío y el hambre, la inmundicia y los piojos, tan rápidamente como se puede razonablemente esperar. Y en cuanto a los trabajadores jóvenes, están en una situación igualmente prometedora; no pueden conseguir trabajo y desfallecen de hambre, hasta tal punto que si alguna vez son tomados para un trabajo común no tienen fuerza para cumplirlo; y entonces el país y ellos mismos son felizmente librados de los males futuros.
He divagado excesivamente, de manera que volveré al tema. Me parece que las ventajas de la proposición que he enunciado son obvias y muchas, así como de la mayor importancia.
En primer lugar, como ya he observado, disminuiría grandemente el número de papistas que nos invaden anualmente, que son los principales engendradores de la nación y nuestros enemigos más peligrosos; y que se quedan en el país con el propósito de entregar el reino al Pretendiente, esperando sacar ventaja de la ausencia de tantos buenos protestantes, quienes han preferido abandonar el país antes que quedarse en él pagando diezmos contra su conciencia a un cura episcopal.
Segundo, los más pobres arrendatarios poseerán algo de valor que la ley podrá hacer embargable y que les ayudará a pagar su renta al terrateniente, habiendo sido confiscados ya su ganado y cereales, y siendo el dinero algo desconocido para ellos.
Tercero, puesto que la manutención de cien mil niños, de dos años para arriba, no se puede calcular en menos de diez chelines anuales por cada uno, el tesoro nacional se verá incrementado en cincuenta mil libras por año, sin contar el provecho del nuevo plato introducido en las mesas de todos los caballeros de fortuna del reino que tengan algún refinamiento en el gusto. Y el dinero circulará sólo entre nosotros, ya que los bienes serán enteramente producidos y manufacturados por nosotros.
Cuarto, las reproductoras constantes, además de ganar ocho chelines anuales por la venta de sus niños, se quitarán de encima la obligación de mantenerlos después del primer año.
Quinto, este manjar atraerá una gran clientela a las tabernas, donde los venteros serán seguramente tan prudentes como para procurarse las mejores recetas para prepararlo a la perfección, y consecuentemente ver sus casas frecuentadas por todos los distinguidos caballeros, quienes se precian con justicia de su conocimiento del buen comer: y un diestro cocinero, que sepa cómo agradar a sus huéspedes, se las ingeniará para hacerlo tan caro como a ellos les plazca.
Sexto: esto constituirá un gran estímulo para el matrimonio, que todas las naciones sabias han alentado mediante recompensas o impuesto mediante leyes y penalidades. Aumentaría el cuidado y la ternura de las madres hacia sus hijos, al estar seguras de que los pobres niños tendrían una colocación de por vida, provista de algún modo por el público, y que les daría una ganancia anual en vez de gastos. Pronto veríamos una honesta emulación entre las mujeres casadas para mostrar cuál de ellas lleva al mercado al niño más gordo. Los hombres atenderían a sus esposas durante el embarazo tanto como atienden ahora a sus yeguas, sus vacas o sus puercas cuando están por parir; y no las amenazarían con golpearlas o patearlas (práctica tan frecuente) por temor a un aborto.
Muchas otras ventajas podrían enumerarse. Por ejemplo, la adición de algunos miles de reses a nuestra exportación de carne en barricas, la difusión de la carne de puerco y el progreso en el arte de hacer buen tocino, del que tanto carecemos ahora a causa de la gran destrucción de cerdos, demasiado frecuentes en nuestras mesas; que no pueden compararse en gusto o magnificencia con un niño de un año, gordo y bien desarrollado, que hará un papel considerable en el banquete de un Alcalde o en cualquier otro convite público. Pero, siendo adicto a la brevedad, omito esta y muchas otras ventajas.
Suponiendo que mil familias de esta ciudad serían compradoras habituales de carne de niño, además de otras que la comerían en celebraciones, especialmente casamientos y bautismos: calculo que en Dublín se colocarían anualmente cerca de veinte mil cuerpos, y en el resto del reino (donde probablemente se venderán algo más barato) las restantes ochenta mil.
No se me ocurre ningún reparo que pueda oponerse razonablemente contra esta proposición, a menos que se aduzca que la población del Reino se vería muy disminuida. Esto lo reconozco francamente, y fue de hecho mi principal motivo para ofrecerla al mundo. Deseo que el lector observe que he calculado mi remedio para este único y particular Reino de Irlanda, y no para cualquier otro que haya existido, exista o pueda existir sobre la tierra. Por consiguiente, que ningún hombre me hable de otros expedientes: de crear impuestos para nuestros desocupados a cinco chelines por libra; de no usar ropas ni mobiliario que no sean producidos por nosotros; de rechazar completamente los materiales e instrumentos que fomenten el lujo exótico; de curar el derroche de engreimiento, vanidad, holgazanería y juego en nuestras mujeres; de introducir una vena de parsimonia, prudencia y templanza; de aprender a amar a nuestro país, en lo cual nos diferenciamos hasta de los lapones y los habitantes de Tupinambú; de abandonar nuestras animosidades y facciones, de no actuar más como los judíos, que se mataban entre ellos mientras su ciudad era tomada; de cuidarnos un poco de no vender nuestro país y nuestra conciencia por nada; de enseñar a los terratenientes a tener aunque sea un punto de compasión de sus arrendatarios. De imponer, en fin, un espíritu de honestidad, industria y cuidado en nuestros comerciantes, quienes, si hoy tomáramos la decisión de no comprar otras mercancías que las nacionales, inmediatamente se unirían para trampearnos en el precio, la medida y la calidad, y a quienes por mucho que se insistiera no se les podría arrancar una sola oferta de comercio honrado.
Por consiguiente, repito, que ningún hombre me hable de esos y parecidos expedientes, hasta que no tenga por lo menos un atisbo de esperanza de que se hará alguna vez un intento sano y sincero de ponerlos en práctica. Pero en lo que a mí concierne, habiéndome fatigado durante muchos años ofreciendo ideas vanas, ociosas y visionarias, y al final completamente sin esperanza de éxito, di afortunadamente con este proyecto, que por ser totalmente novedoso tiene algo de sólido y real, trae además poco gasto y pocos problemas, está completamente a nuestro alcance, y no nos pone en peligro de desagradar a Inglaterra. Porque esta clase de mercancía no soportará la exportación, ya que la carne es de una consistencia demasiado tierna para admitir una permanencia prolongada en sal, aunque quizá yo podría mencionar un país que se alegraría de devorar toda nuestra nación aún sin ella.
Después de todo, no me siento tan violentamente ligado a mi propia opinión como para rechazar cualquier plan propuesto por hombres sabios que fuera hallado igualmente inocente, barato, cómodo y eficaz. Pero antes de que alguna cosa de ese tipo sea propuesta en contradicción con mi plan, deseo que el autor o los autores consideren seriamente dos puntos. Primero, tal como están las cosas, cómo se las arreglarán para encontrar ropas y alimentos para cien mil bocas y espaldas inútiles. Y segundo, ya que hay en este reino alrededor de un millón de criaturas de forma humana cuyos gastos de subsistencia reunidos las dejaría debiendo dos millones de libras esterlinas, añadiendo los que son mendigos profesionales al grueso de campesinos, cabañeros y peones, con sus esposas e hijos, que son mendigos de hecho: yo deseo que esos políticos que no gusten de mi propuesta y sean tan atrevidos como para intentar una contestación, pregunten primero a lo padres de esos mortales si hoy no creen que habría sido una gran felicidad para ellos haber sido vendidos como alimento al año de edad de la manera que yo recomiendo, y de ese modo haberse evitado un escenario perpetuo de infortunios como el que han atravesado desde entonces por la opresión de los terratenientes, la imposibilidad de pagar la renta sin dinero, la falta de sustento y de casa y vestido para protegerse de las inclemencias del tiempo, y la más inevitable expectativa de legar parecidas o mayores miserias a sus descendientes para siempre.
Declaro, con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme por promover esta obra necesaria, y que no me impulsa otro motivo que el bien público de mi patria, desarrollando nuestro comercio, cuidando de los niños, aliviando al pobre y dando algún placer al rico. No tengo hijos por los que pueda proponerme obtener un solo penique; el más joven tiene nueve años, y mi mujer ya no es fecunda.

A Modest Proposal, 1729

jueves, 8 de septiembre de 2016

PERSONAS MODELICAS

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Calvino tenía una profunda desconfianza hacia la música. Entre otras lindezas afirmó: “Al igual que el vino se vierte con el embudo en el barril, con la melodía se filtran el veneno y la corrupción hasta las mayores profundidades del corazón. ¿Qué hemos de hacer, entonces? Tendremos que conseguir canciones que sean no solo rectas, sino santas, que nos inciten a rezar a Dios y alabarlo, meditar sobre sus obras, temerlo, honrarlo y glorificarlo”.
Sin embargo, para Lutero, la música tenía la máxima importancia. La consideraba un regalo de Dios y, por ello, todos los que fueran ordenados debían saber cantar y tener conocimientos musicales. El mismo Lutero tocaba varios instrumentos y compuso una serie de himnos y corales.
Esta diferente forma de pensar de los dos reformistas tuvo evidentes consecuencias: mientras que en los países de influencia luterana se instaló el respeto a la música y el cultivo de la cultura musical, lo que dio lugar al surgimiento de grandes compositores e intérpretes, en los países calvinistas se produjo el fenómeno contrario. Queda en el aire la pregunta de cuántos músicos hubieran surgido en los países calvinistas sin la demoledora influencia de los pensamientos del líder religioso.
Todavía está por estudiar cómo las ideas que nutren y soportan a los distintos modelos sociopolíticos y económicos determinan la forma de pensar, las prioridades vitales y emocionales de las personas que viven en esos modelos. En definitiva, cómo el modelo sociopolítico se inventa un determinado concepto de ser humano, que nos hace tragarnos a pies juntillas desde un sistema educativo uniformado y generalizado.
En el antiguo régimen, dominado por los dogmas religiosos, el hombre estaba adoctrinado para pensar que todo poder y la propia organización social venían legitimados por una figura divina: el poder procedía de ese Dios y lo ejercían sus vicarios en la tierra, ya fueran seculares o religiosos. Las leyes humanas y las decisiones del soberano eran necesariamente legítimas porque se inspiraban en las leyes divinas. La moral religiosa regía la vida de las sociedades y todos la acataban por convicción y/o miedo al castigo divino, ya fuera en la otra vida o en esta por mediación de los poderes divinamente instituidos.
Aparte de los desmanes, abusos y excesos cometidos por las organizaciones e instituciones eclesiales, la sociedad religiosa convencional entró en crisis cuando se percibió que sus organizaciones jerárquicas y su dogmatismo se habían convertido en carcasas vacías de toda autenticidad y alejadas del mensaje original. Además, las jerarquías llenaron el mundo de dogmas estáticos que frenaron la evolución y el progreso; obligando incluso a Galileo a renegar de sus revolucionarias ideas para suavizar su condena por herejía (“y sin embargo se mueve”).
Fue por ello inevitable el replanteamiento de todo: la tabla rasa de Descartes. Todas las certezas desaparecen y se abren todos los interrogantes. Surge la seductora posibilidad de descubrir, mediante la inteligencia, los misterios que nos rodean.
Sin embargo, el ser humano seguía necesitando unos referentes firmes y, en el nuevo modelo surgido de la Revolución francesa, la legitimidad divina es sustituida por la legitimidad racional. Muerto Dios, se divinizó la Razón, como nueva prisión de la inteligencia.
Elevada la razón a la categoría divina era “racional” que toda persona se percibiera como individuo y que se ocupara fundamentalmente de la satisfacción de sus propias necesidades o deseos. Si la razón de cada individuo es Dios, nada mejor que rendirle pleitesía colocando la satisfacción de las necesidades y deseos surgidos de esa razón en el centro de la vida de cada uno.
Los modelos económicos se elaboran a partir de la premisa de que los integrantes de la sociedad se comportan racionalmente y que ese comportamiento racional les conduce a tratar de maximizar la satisfacción de sus propios deseos y necesidades.
Este cambio de modelo conduce al ser humano individualista, utilitarista y pragmático, que cree en su propia razón y en la satisfacción de su ego. El choque de razones y deseos individuales y colectivos, convertidos en  ideologías, genera los graves conflictos que jalonan la historia de Occidente desde la Revolución Francesa y están en la base de la fuerte conflictividad que percibimos en las sociedades de nuestro entorno.
Además, la divinización de la razón supuso la caída de la moral religiosa, que mantenía la cohesión en las sociedades, limitaba el choque de deseos y necesidades individuales y reducía los conflictos. Desaparecida la moral como fuente de legitimidad de la ley, filósofos como Kant se esfuerzan en consagrar la ética como nueva ligazón de la sociedad basada en la razón. Sin embargo, el fundamento de la obediencia a la moral, en la sociedad religiosa se encontraba en la convicción o el temor al poder divino. La ética carece de ese poder intimidatorio y la razón se coloca al servicio de la satisfacción del propio interés, por lo que la imposición de la ética requiere del respaldo de un poder estatal fuerte que obligue a su cumplimiento. Con esta funcionalidad, crecen superestructuras estatales monstruosas que todo lo controlan. Ese Leviatán que caracterizó Hobbes.
La nueva concepción del ser humano surgida de la razón humana divinizada, aunque respondiera a una lógica reacción a los abusos de las instituciones religiosas, presenta no pocos inconvenientes que se encuentran en la raíz de las sucesivas crisis que venimos viviendo desde su instauración.
El nuevo modelo nos ha hecho creernos el concepto del ser humano entendido únicamente como herramienta útil para aumentar sus posesiones, su dominio y, en definitiva, su poder.
Esta concepción ha prescindido y negado elementos tan sustanciales de la naturaleza humana que han conducido al hombre moderno a una verdadera situación depresiva, como brillantemente explicaba Carlos Peiró en uno de los primeros artículos de este blog.
Así, se ha amputado la vocación hacia la felicidad a través de la búsqueda de la belleza en la perfección estética, que, con todos sus defectos, cultivó la Grecia clásica. El pseudo arte utilitarista busca, como en el resto de ámbitos de la vida, el beneficio económico que aumente el poder del autor, en lugar de tratar de hacer volar el alma y la inteligencia del espectador hacia rincones desconocidos.
La vocación científica renacentista de ir al encuentro de la felicidad mediante la aspiración de un entendimiento global del cosmos a través del progresivo crecimiento del círculo de lo conocido, ha sido suplantada por la superespecialización y la investigación útil para aumentar el dominio y el poder sobre el mundo. En consecuencia el sistema educativose ha llenado de almas en pena que sueñan con ser banqueros, en lugar de buscar la sabiduría como fuente de felicidad.
Y qué decir de la vocación anímica o espiritual del hombre, presente desde siempre como búsqueda de una realidad trascendente más allá de la pura apariencia de las cosas, y que, sin embargo, con no poco sufrimiento, ha sido suplantada por un Estado divinizado.
Para salir de la crisis endémica en la que seguimos retozando, quizá sea preciso reconocer la presencia de elementos esenciales en la naturaleza humana que han sido negados y suplantados por una única deidad. Mientras tanto ¿cuántos brillantes poetas, artistas, sabios o científicos se habrán malogrado bajo el lema utilitarista de “déjate de tonterías y lábrate un buen futuro”?

sábado, 3 de septiembre de 2016

El rugby es un deporte de contacto, sin delicadezas, pura ganas de avanzar contra el que sea, los tantos es lo de menos.
Pero tanta pasión , tanto ahínco, tanto fragor desequilibra y hace meter mano en espacios intersticios bastantes complicados:

Duendes debía disputar partidos por el Litoral de Rugby ante CRAI de Santa Fe.

Después de ver esa mano que no se ve,  y que uno de sus integrantes terminó con un paro y un kilombito en la cervix, llamaría a la reflexión para que tanto empuje no parezca el precalentamiento de una orgía multisexual; muchachos, gobierna(¿gobierna?) el globoludo pero a pesar de eso mantengamos los principios básicos tácticos y estratégicos o este deporte se va a la mierda.