domingo, 29 de julio de 2018

Esa horrible costumbre de sanar
Revisando notas viejas por si llega el momento de editar mis obras completas, descubrí que soy capaz de equivocarme feo. Luego de la masacre en la redacción de la revista Charlie Hebdo dije que “si a esos chiflados asesinos se les hubiera ocurrido descargar las Kalashnikov contra gente de la calle, hubieran muerto doscientos y Europa no dormía en una década”. Eso pasó días después y Europa siguió durmiendo como siempre, o casi.
También escribí que la domiciliaria de Etchecolatz en Mar del Plata había roto un status quo que iba a ser difícil de restaurar. Hoy, seis meses después, está restaurado. Entonces me pregunto: ¿Qué tan grande es nuestra capacidad de sanar, de olvidar? ¿Uno olvida para sanar o sana porque puede olvidar?
Debe ser como con los remedios amargos, tragar lo más rápido posible. Como las despedidas: chau y a otra cosa. Vea el tema del ARA San Juan. Parecía que la indignación haría explotar el país por los aires, y ahí tiene a los familiares, casi solos en su peregrinar mientras nosotros jugamos a que sanamos de eso porque otro mal más reciente nos reclama.
Entre tantas pavadas que se estudian, seguro que alguna agencia de seguridad o laboratorio estudió esto. Experimentos como el de Milgran les habrán enseñado que somos capaces de soportar casi todo, y que tenemos esa horrible costumbre de sanar. Para eso tuvieron hombres y mujeres atados a camas y mesas de torturas, cuerpos donde experimentar, violar, matar, asustar.
Curiosamente, esos hombres y mujeres, si les daban la oportunidad, sanaban, al menos en una buena parte. Y como lo saben, nos vuelven a repetir los latigazos. Un palo cada día hasta que confundís los palos y los días.
La culpa es nuestra por sanar con facilidad. Lo que debemos hacer es cargar con el dolor durante siglos. Y traspasarlos a nuestros hijos y nietos, que se van a enfrentar con los hijos y los nietos de los que nos dan los latigazos, porque los frutos de ellos, como los nuestros, también caerán cerca del árbol.
De ahí a la aplicación práctica. Gente que elabora estrategias para hacernos creer sanar (olvidar) siempre es bueno. “Me tienen podrido con los desaparecidos”, “reconciliar el país”, “olvido y perdón”. Y uno, azotado por el dolor, sana y vuelve a la lucha hasta que entendemos que el palo es el mismo, o duele de la misma manera, y el que lo esgrime es el mismo, o lo esgrime de la misma manera.
De otra forma no se entiende que seamos siempre nosotros los que debemos ir al psicólogo y no ellos. ¿Por qué nosotros debemos sanar nuestras heridas y ellos nunca sus culpas? Usted me dirá que si no sanamos viviremos enfermos de odio, o de ansias de esa justicia que se parece tanto a la venganza. ¿Y no es vivir enfermos que se afanen millones de millones en tu cara mientras vos no podés pagar la luz? Que te metan a la milicada en la calle como en la peor de las pesadillas. Y las muertes de Santiago, de Rafa Nahuel, de…
Y a no confundirse porque otros la pasan peor. No estamos en una patera, huyendo de un país donde no hay nada hacia otro que no nos quiere dar nada. Todavía. Podría tocarnos. O a nuestros hijos. Un día estamos bien y al día siguiente nos dejaron sin nada.
La historia está condenada a repetirse, primero como tragedia y al fin como farsa, como dijo Marx. Y todo por esa odiosa manía de sanar. Olvidamos el dolor y vuelve la misma mierda como si fuera de otro color, con otro olor. La farsa de aquella tragedia original. Pero duele igual, mata igual…
Eso no significa que en medio del dolor usted no viva. Viva, ría, pero es imprescindible que lo haga con esa carga de bronca que nos haga reír para patear, herir, devolver los golpes.
Y si nos invitan a olvidar, desconfiemos. Si nos inviten a la paz, desconfiemos. Si nos hablan de reconciliación hay que saber traducir: no quieren ir presos. Si hablan de beneficencia, no se confunda, están evadiendo impuestos.
Y no solo sanamos para seguir viviendo. Sanamos porque nos confundimos, porque nos tiran migajas, sea por la coyuntura política o porque les conviene. Son migajas, nunca la torta, la paz completa, la libertad. Si la guerra es un negocio para ellos, la paz también. En guerra venden armas, en paz, remeritas de “Yo soy Nisman”. Y cuando les decís que la gente sufre, te dicen que para olvidar el dolor del pie hay que martillarse la mano.
Lo que hay que hacer es no sanar ni mierda. Minga. Hay que trabajar para abrir las heridas. Hay que tirar sal ahí donde está el costurón rojo. Eso va para todos, los artistas, los rompehuevos, los militantes. De no ser así, le dejamos el mundo servido en bandeja a los que tienen los palos.
La culpa es nuestra, otra vez, por creer en las tonterías que nos dicen las iglesias, por creer que debemos escuchar a todo gurú que nos habla de paz, a cualquier salamín que busca adoctrinarnos desde las neurociencias. La política, y la gente que se nutre allí, no debe atender a ninguna de estas engañifas.
Debe cargar cada mañana su rabia nacida en el medioevo, o en el más allá, cuando se castigó al primer hombre por ser pobre entre ricos, o negro entre blancos o marrón entre rubios. Piénselo como quiera y seguro que acierta: ricos-pobres, blancos-negros, desarrollo-subdesarrollo, garcas-ingenuos-, armados-desarmados, ejércitos-civiles. Resumiendo: lucha de clases y sus satélites.
Pero esta época tiene un lado bueno: si leer el mundo se había vuelto complejo, ahora las cosas están más claras. Los ricos dispuestos a todo. El resto acá. En el medio, los idiotas útiles de siempre. Los Campanellas, las Malinches. La clase media, que juega a creer cree que el Cavallo que les puso el corralito es diferente a este porque está más viejito, que el FMI que nos saqueó es diferente porque lo lleva adelante una mujer.
Una vez avalé la frase de un periodista español: “Solo los muertos conocidos”. Sufrir sólo por los muertos conocidos. Hoy me retracto. Que sanen los que quieren olvidar. Es su derecho. De mi parte digo que hay que aprender la dura tarea de cargar ese dolor por siempre, y por todos.

martes, 3 de julio de 2018

CLAUDIA 22 AÑOS EN TELAM

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“Fue víctima de un enemigo que le hizo creer que usted es de otra clase”

“Yo voté a Macri, no tengo ninguna ideología con los K (…) Tengo un legajo intachable: nunca hice una retención, nunca hice un paro, nunca acompañé a ningún compañero, y estoy despedida”, decía Claudia, trabajadora cesanteada de Télam, a las cámaras de C5N. Sus palabras provocaron la respuesta de otro trabajador despedido de la Agencia Nacional de Noticias.

Por Pablo Isi
Señora despedida de Telam que NO es K y que nunca hizo paro:
Lamento conocerla en una circunstancia tan angustiante para Usted. También lo es, y mucho, para nosotros, los Peronistas, los que siempre hacemos Paro porque aprendimos a defender nuestros derechos, y cuando digo nuestros, la incluyo.
Usted ahora está de nuestro lado. No porque usted lo haya elegido, ni siquiera porque usted lo desee ni lo autorice; usted está de nuestro lado por decisión nuestra, porque nuestro lado es el de los trabajadores, pero mucho más aún el de los que sufren las injusticias de un modelo que nos excluye; como la excluye a usted, pero como viene excluyendo desde mucho antes a muchos otros y muchas otras.
Para nosotros usted siempre fue una compañera.
Así entendemos nosotros que funciona esto: sólo una clase de argentinos y argentinas, la de los que trabajan.
Sabemos que nosotros no lo éramos para usted, y me atrevo a decir que no lo somos ni siquiera en estas circunstancias en las que nuestra identidad y nuestra tendencia a defender derechos nos ponen del lado de los despedidos razonables, de los que algo habremos hecho para que un Lombardi, una Vidal o un Macri, nos digan que ya no tenemos derecho a trabajar dignamente, que ya no tenemos derecho a darles de comer a nuestros hijos ni a comer nosotros tampoco.
Nosotros creemos firmemente, mire lo que le digo, que La Patria es el Otro. Por eso, cuando defendemos la Patria, defendemos los derechos de quienes la habitan, la construyen a diario, la ejercen en toda su plenitud, incluyo el de aquellos que renuncian a ellos.
 

Durante nuestra vida nos encontramos con múltiples dedos que nos señalaban. Algunos y algunas no tuvieron la suerte de vivir en estos tiempos, y esos dedos terminaron siendo condenas, celdas, salas de torturas, vuelos de la muerte, fusilamientos, desapariciones. En nuestro caso, la vida quiso que apenas fueran persecuciones, acusaciones, censura, difamaciones, y también despidos, créame.
Pero al fin y al cabo, los dedos eran los mismos, y decían lo mismo: algo habrán hecho. Eso mismo que dice usted ahora para demostrar la injusticia de un despido a quien nunca peleó por sus derechos, a quien nunca se preocupó por la suerte de los otros, a quien nunca le importó nada más que su ombligo, su recibo de sueldo, su lugar en la mesa.
Aprendimos a ser tolerantes con el asco, con la bronca que muchas veces sentimos hacia ese egoísmo incomprensible de quien comparte la condición de trabajador o trabajadora pero reniega de ella, la esconde, la disimula porque en el fondo la avergüenza, porque quisiera estar del otro lado de un mostrador que divide aguas.
Por ese aprendizaje, por esa comprensión, esa especie de piedad con la que miramos a gente que reniega de su clase, es que hoy nos duele su llanto. No nos duele por simpatía por usted, no se crea. Nos duele porque en usted vemos no sólo las consecuencias de la ofensiva del enemigo, sino también las batallas que nos vienen ganando, cuando hacen creer a uno de los nuestros, a un trabajador, a una trabajadora, que defender sus derechos la hace culpable, merecedora del castigo, la represalia, la carga de sobrellevar una vida en la que el derecho a trabajador le es, nos es, negado.
Esa es nuestra tristeza, señora despedida de Telam que nunca hizo paro y que nunca fue K; que usted primero fue víctima de un enemigo que le hizo creer que usted es de otra clase.
Ese es nuestro dolor porque esas son las batallas que han hecho que millones de trabajadores hayan votado a este energúmeno, a este gobierno de patrones, de siervos de la oligarquía, como usted lo ha hecho. Eligiendo a sus verdugos pensando que Usted nunca iba a estar entre las víctimas.
¿Sabe qué nos diferencia? A nosotros nos duele su despido y lucharemos contra eso. A usted no le hubiera dolido el nuestro, y tampoco le hubiera movido un pelo. Esa es la grieta.