lunes, 3 de octubre de 2016

ILUSIÓN POLÍTICA


“La ilusión política en su sentido más amplio, proviene del juicio erróneo de las masas sociales en cuanto a los fines del Estado y los efectos de su actividad.”
                                                                                                                             Amilcare Puviani
La cuestión sería: ¿para qué sirve el Estado? o, dicho de otra forma, ¿qué se entiende desde la ciudadanía como tal y qué se espera de él? Es más, yo extendería las preguntas a aquellos dedicados “profesionalmente” a la política a lo largo de sus vidas y a las muchas otras personas que están ligadas a la política de manera más o menos directa. Probablemente nos encontraríamos con respuestas bien diferentes y concepciones del “Estado” equivocadas.
El “Estado” (también en su sentido más amplio), ha sido tema de múltiples obras en el campo de la Filosofía Política, el Constitucionalismo o el Derecho Político. Desde los clásicos como Cicerón: “…es una multitud de hombres ligados por la comunidad del derecho y de la utilidad para el bienestar común” o San Agustín: “… es una reunión de hombres dotados de razón y enlazados en virtud de la común participación de las cosas que aman” a los más actuales en el tiempo como Kant: “…es una variedad de hombres bajo leyes jurídicas” o Lasalle: “…es la gran asociación de las clases pobres” o Hegel: “…es la conciencia de un pueblo” a las más modernas como Weber: “…es la coacción legítima y específica”  o Buntschli: “… es la personificación de un pueblo”, nos encontramos ante muy distintas visiones de lo que puede ser y significar la palabra “Estado”.
Lo mismo nos ocurrirá si tratamos de saber el significado de las palabras “política” o “democracia”. De ellas podemos tener cada uno una cierta idea, pero eso no significa que haya un consenso social sobre qué son y para qué sirven en realidad más allá de su traducción del original. De su aplicación en la práctica hay mucho que hablar.
Si entendemos la palabra “política” en su acepción original, estamos sin duda refiriéndonos a “convivencia ordenada de una sociedad” desde patrones o modelos ideológicos que, al final, no defienden intereses comunes, sino intereses parciales o sectoriales de todo tipo. Al final, la conciliación de tales intereses, nos llevaría al consenso social mayoritario sobre la ordenación de tal convivencia. Una idea quizás demasiado simplista que entiende la “política” como servicio, pero no la “política” como poder sobre los demás (que es en definitiva lo que más importa, al parecer).
El cómo puede ejercerse ese poder sobre los demás, nos lleva de nuevo a la “ilusión” que es necesario crear en las masas (masas son votos) para, en un concurso “ilusorio” de líderes, programas, propuestas y gestos dedicados a “ilusionar” a los votantes, hacerse con el “poder” preeminente y dominante en una sociedad, en un estado. Es en ese momento donde la “ilusión” política va a manejar todos los resortes y medios a su alcance para “seducir” (es la palabra de moda) a un público muy diferente en su clasificación social, cultural, económica y política.
La “seducción” además suele estar acompañada de promesas de todo tipo (la mayor parte “ilusorias” ya que parten de la ignorancia real de lo que prometen y son simples catálogos de “buenas intenciones” o, por el contrario, conociendo la imposibilidad de llevarlas a cabo, tienden a la ocultación de la realidad), que provocan en las masas la “ilusión” de que sus exigencias “personales” o individuales, serán satisfechas. De esta forma, el sentido de la “soberanía popular” en el Estado moderno se sustituye por la “sumisión” popular a una abstracción teórica de quienes pueden otorgarles beneficios: a la “ilusión” de unos “ilusos” por promesas “ilusorias”, olvidando que el verdadero poder para la transformación social depende solo de cada uno de nosotros y del colectivo general de ciudadanos.
De nuevo, el prestidigitador, ayudado por toda la parafernalia de medios y recursos puestos a su alcance, hace ver lo que no existe y oculta lo que existe. En palabras de Maquiavelo: “… los hombres cambian de señor, creyendo mejorar, con lo que se engañan….” Se engañan en tanto en cuanto siguen sometidos a “señores”, en lugar de ser ellos quienes les pidan cuentas, controlen sus actos y pidan responsabilidades, ya que, en un nuevo ejercicio “ilusorio”, nos hacen creer en unas instituciones que, en la realidad, se controlan por quienes toman el poder en cada legislatura.  Un poder por el que lucharán con vistas al mantenimiento del mismo, con todo tipo de armas como los presupuestos públicos o las leyes (armas que les proporcionamos nosotros). Las clientelas políticas se logran con “ilusiones” para unos, pero también con “realidades” materiales para otros. Miles de cargos, funciones, subvenciones, contrataciones, privilegios legales, etc. se ponen en marcha con cada campaña electoral y nosotros, los verdaderos dueños de esta empresa que se llama “Estado”, les sufragamos los gastos de la “ilusión financiera” que nos ofrecen y permitimos la acción coercitiva de los administradores cuando las maniobras de “seducción” no engañan.
De esta forma, cada resultado de campaña electoral crea un cambio de “ilusión” política que permite a la clase dominante (sea cual fuere), seguir manteniendo el “status” de siempre, apoyada por unos “ilusos” optimistas y criticada por los “ilusos” pesimistas del bando perdedor. Nadie parece advertir que unos y otros, como a finales de la 2ª G.M., se están repartiendo la torta sin que el “soberano” real, esa otra ficción surgida de la Revolución Francesa, tenga otra cosa que migajas sobrantes, como esas 
palomas y gorriones que en las terrazas de las plazas públicas, esperan lo que arrojan los comensales para pelear por ellas. En todo caso “….la “ilusión” por la disolución de las viejas creencias y la formación de otras nuevas, no significa la destrucción total de la vieja urdimbre, sino que ésta, en su mayor parte, permanece intacta y puesta al servicio de los nuevos gobernantes y, tanto en el campo político, como en el financiero, encontramos un extraño juego de luces y sombras que ocultan la verdad”  (Puviani). Es trabajo para los “ilusionistas” o “prestidigitadores”.


sábado, 1 de octubre de 2016

BUENOS MODALES

La Real Academia dice que los modales son las acciones externas de cada persona con que se hace notar y se singulariza entre las demás. 
Estas acciones externas, ajustadas a protocolos establecidos por las clases dominantes, son sólo eso: Acciones externas. A veces coinciden con lo interno del ser humano. A veces no. Y esta dualidad, tarde o temprano se nota. Cuando la cáscara no coincide con el fruto salta a la vista lo falso. Es obvio que es preferible la sinceridad antes que la afectación. Si bien "lo cortés no quita lo valiente" lo opaca. Y cuando el "parecer" está a la par o por encima del "ser" las cosas no andan bien.
Además, los buenos modales solo son vecinos de la instrucción, la educación, la cultura, el nivel intelectual, valores estos que sí son importantes. Y cabe recordar que muchos vecinos ni se saludan algunas veces. Ni hablar de la sabiduría que, con suerte, vive en algún barrio aledaño. 
Para que se entienda va un ejemplo simple y cotidiano:
Una persona sube a un taxi, le indica el destino del viaje al taxista y cierra la frase con un "por favor". Esta pretensión de buenos modales no es más que una sobreactuación, ya que el taxista no lleva pasajeros por favor. Los favores no se cobran y el taxista va a cobrar el viaje apenas este finalice. La frase "por favor" es correcta si uno está sentado a una mesa y no alcanza algo, entonces solicita a su vecino de silla: "¿me alcanzás la sal, por favor?". Por supuesto que no le van a cobrar por alcanzarle la sal. (Podía haber dicho cloruro de sodio para no reiterarme) Volviendo al taxi, lo correcto, antes de pedir por favor el viaje, sería saludar, cosa que mucha gente, aun entre los que piden por favor, no hace. Mejor aun, ya que sería un gesto de consideración con el taxista, sería tener cambio. Y, ni hablar, si al bajar se trata la puerta del taxi con el mismo cuidado que se pone para tratar la del auto propio. Para seguir pintando el cuadro, sería bueno no molestar al taxista pidiéndole que ponga tal o cual programa de radio cuando de esa manera se le está haciendo perder el que venía escuchando antes de que usted subiera, no hundirle el asiento con sus rodillas, cuidar que sus hijos no lo molesten, y hay varios etcéteras. Pregúntesele a los taxistas si prefiere que le pidan el viaje por favor mientras le faltan el respeto todo el resto del tiempo o que lo respeten aunque no le digan "por favor". Ustedes y yo sabemos que el cien por cien preferirá lo segundo.
Y es que los modales, como decía al principio, son la cáscara impuesta por las clases dominantes. Es el dueño del campo que lo dice "Don" al capataz de su estancia antes de pronunciar su nombre. Y ese "Don" es condescendiente. Igual que el "por favor" del taxi. Es un modo de hacer notar que uno manda y otro obedece. Hacer ver la diferencia de posición en la sociedad. Y aun cuando se está entre "pares", no es más que una competencia para ver quien tiene mejores modales, quien conoce mas el protocolo a la hora de almorzar, de ingresar a una reunión, de ir al teatro, etc. No está mal, (o si) pero es solo cáscara. 
Mejor sería tener instrucción, de modo de conocer algunas cuestiones básicas, especialmente en la relación humana. Tener educación, lo que nos llevará a no hacerle al otro lo que no nos gusta que nos hagan a nosotros. Tener cultura, con lo cual, sin dudas, tendremos ubicuidad, conocimientos, tino... Tener sabiduría para no situarnos NUNCA por encima de otro ser humano, para tener comprensión en lugar de tolerancia. Tolerar es tener "buenos modales" para soportar al otro. Es colocarse en una posición de superioridad. Comprender es tener conocimientos para advertir por qué el otro tiene determinada conducta. No es lo mismo. 
Aquel que solo privilegia la cáscara, considera al otro exclusivamente por el "qué dirán". En cambio, el que se preocupa más por ser que por parecer, considera al otro porque sabe que es su prójimo.
Prefiero al que tiene cultura, al que sabe diferenciar a Borges de Neruda, al que puede sostener un diálogo ideológico abierto con fundamento por el tiempo que sea necesario, al que puede hablar de filosofía con soltura, al que comparte un mate sin sentir asco, al que puede levantar una pared de ladrillos con sus manos, al que todos los días le da un beso a su hijo, al que disfruta de la belleza de la música, al que sabe de la vida, de la pobreza y de la injusticia. No importa si no es gerente de una empresa. No importa si pide por favor. No pasa por ahí. Prefiero al que me aprecia, aunque alguna vez me insulte, antes que al que me trata bien sin tener ganas de hacerlo. 
Alguien que tan solo tiene buenos modales (y ni siquiera los acompaña con un uso elegante del idioma, lo cual desnuda más aun, por si hiciera falta, el carácter de cáscara de esos "buenos modales") no puede caerle bien a nadie que tenga dos neuronas que estén conectadas entre si.
Alguien que trabajó, aunque más no sea un año de albañil, no convalidaría que un albañil gane 10 pesos si la canasta familiar es de 20. No diría, (con buenos modales) que los datos sobre la pobreza golpean. La combatiría en lugar de decir (con buenos modales) que la pobreza cero no se puede alcanzar en cuatro años. Que hay que esperar, y seguir siendo pobre.
Cuando lo único que hay son buenos modales y no se considera al otro, lo que hay es hipocresía.
ME TIENEN PODRIDO LOS BUENOS MODALES. El sueldo de Mauricio Macri aumentó un 31% en 2016