sábado, 15 de febrero de 2014

EN BUSCA DE LA BIOLOGÍA II

Reflexiones sobre la evolución (viene del post anterior)

Pero volviendo al tema que nos ocupa, lo que resulta (o debería resultar)
desconcertante para un biólogo es que, en la misma revista y, a veces en el mismo
número, se publican investigaciones cuyas bases, argumentos y resultados son
absolutamente contradictorios. Por ejemplo, sobre los fenómenos epigenéticos
condicionados por el ambiente en las diferencias fenotípicas entre gemelos (Fraga, M.
F. et al., 2005) o sobre la enorme complejidad de las redes de información genética
(Sauer, U., Heinemann, M. y Zambomi, M. 2007) y sobre “el gen” de la infidelidad
(Walum et al., 2008), o del “gen” de los bebedores (Mulligan et al., 2006). Sobre la
inabarcable complejidad de las relaciones entre las proteínas celulares y sus actividades
en función de sus agrupaciones (Gavin, A.C. et al, 2002; Ho, Y. et al. 2002) y el
descubrimiento de una proteína que controla todo un complejo proceso biológico (Ago,
H. et al., 2007), sobre evo-devo en los que se analizan los cambios evolutivos en
relación con cambios en el programa de desarrollo (Hall, 2003) y sobre genética de
poblaciones que explica, supuestamente, la evolución como “un cambio en las
frecuencias génicas”(Stumpf y Mc Vean, 2003). Sobre el carácter global de la
información genética y su subordinación a las condiciones ambientales (Varabasi y
Oltvai, 2004)), incluso de la dificultad (o imposiblidad) de definir “qué es un gen”
(Gerstein, M. B. et al., 2007) y del descubrimiento de “genes egoístas” (Enserink, M.,
2007) o la patente de un virus modificado con “el gen” P53 para ser explotada por una
importante empresa farmacéutica (Huo, J. y Xin, H., 2006).
Lo que se observa (con inquietud) es una absoluta discordancia entre los resultados 
reales, es decir verificables experimentalmente, de la llamada investigación “básica”, o 
lo que es lo mismo, investigación científica, y los planteamientos necesarios para que 
sean posibles los objetivos de la llamada investigación “aplicada”, es decir, la enfocada 
a fines comerciales. Sin embargo, la persistencia en seguir por un camino, cuyo final en 
un callejón sin salida está marcado de antemano, ha de tener una explicación. Y la única 
posible es la que nos sugiere la existencia en las revistas citadas de un apartado cuyos 
encabezamientos habrían resultado absurdos cuando la actividad de los científicos se 
concebía como una búsqueda del conocimiento: Negocios (Science), Una mirada al 
Mercado (Nature).
 
 La Biología y el Mercado
 
Resulta una obviedad afirmar que, hoy en día, el Mercado (concretamente “el libre 
mercado”) es el que determina el curso de las relaciones humanas, de la sociedad, en 
suma, el destino de la Humanidad. Quizás no parezca este el sitio o el contexto 
adecuado para discutir este modelo económico, Pero si tenemos en cuenta que, según 
los informes de la ONU, los mercados que más dinero “generan” en el Mundo son, por 
este orden, el de las armas, el de la droga, el del petróleo y el farmacéutico (U. N., 1999) 
tal vez encontremos una conexión con el problema que estamos analizando. 
 En cualquier caso, desde un punto de vista estrictamente científico, cuando de 
pretende comprender un fenómeno cualquiera, una práctica razonable puede ser ir a las 
raíces, a su origen, es decir, a intentar entender cómo o porqué se ha producido para 
comprender la situación actual. En este caso, con el objetivo de intentar valorar las 
posibles consecuencias de la práctica de este modelo económico sobre las relaciones 
humanas y sobre las relaciones del Hombre con la Naturaleza. . 
 Como todos sabemos, el concepto central de este modelo económico, “la mano 
invisible del mercado”, se debe al escocés Adam Smith, el “padre” de la economía (“La 
Riqueza de las Naciones”, 1776). La, mil veces repetida frase No es de la benevolencia 
del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su 
preocupación por sus propios intereses / ... / Prefiriendo apoyar la actividad doméstica 
en vez de la foránea, sólo busca su propia seguridad, y dirigiendo esa actividad de 
forma que consiga el mayor valor, sólo busca su propia ganancia, y en este como en 
otros casos está conducido por una mano invisible que promueve un objetivo que no 
estaba en sus propósitos, nos da una primera información sobre los destinatarios y los 
beneficiarios de su modelo económico. Pero quizás esta otra, también procedente de su 
famoso libro (“El libro”, según los textos de economía) no puede ofrecer una visión más 
clarificadora y global sobre su concepto de sociedad: Se ha dicho que el costo del 
desgaste de un esclavo lo financia su amo, mientras que el costo del desgaste de un 
trabajador libre va por cuenta de éste mismo. Pero el desgaste del trabajador libre 
también es financiado por su patrono. El salario pagado a los jornaleros, servidores, 
etc., de toda clase, debe en efecto ser lo suficientemente elevado para permitir a la 
casta de los jornaleros y servidores que se reproduzca según la demanda creciente, 
estacionaria o decreciente de personas de este género que formula la sociedad. Pero 
aunque el desgaste de un trabajador libre sea igualmente financiado por el patrono, el 
mismo le cuesta por lo general mucho menos que el de un esclavo. 
No parece necesario explicar qué tipo de personas componen “la sociedad” para 
Smith y cual es la condición que su modelo reserva para el resto de las personas “de 
toda clase” cuya reproducción debe regularse según la demanda estacionaria, creciente 
o decreciente. 
 Como biólogo, desconozco de qué modo se ha transmitido y adornado la figura de 
Smith (venerado en los textos económicos) a los estudiantes o estudiosos de la 
economía y si la lectura de su libro figura en su formación, porque visto “desde fuera” 
no resulta precisamente un hombre providencial que trajo la luz y, desde luego, una 
mirada a la situación del Mundo nos hace pensar que no ha sido una bendición para la 
Humanidad. Pero como esta apreciación de un profano en la materia puede ser 
considerada una visión superficial o sesgada, recurriremos a un verdadero experto en 
economía (pero que, además, tiene la mala costumbre de pensar por sí mismo) para que 
nos aporte su opinión sobre la verdadera esencia del motor de esta concepción de la 
economía que no es el reino de la providencial mano invisible y benefactora sino, al 
contrario, el de manos bien visibles e interesadas, buscando el máximo beneficio 
privado a costa de lo que sea (San Pedro, 2002). 
 Pero, volviendo al tema que nos ocupa, la Biología, también podemos intentar 
analizar el problema del que estábamos tratando, es decir, la relación entre la 
investigación biológica y el Mercado, si nos remontamos al origen de esta conexión. 
 El equivalente para los biólogos de lo que “La riqueza de las naciones” es para los 
economistas, es decir “El Libro”, es, según nos han enseñado, “El origen de las 
especies” de Charles Darwin (1859), “la obra de la que nace toda la Biología moderna”, 
como figura en su prólogo de la última edición española (Fernández, 83). El párrafo que 
define o refleja con mayor claridad el mensaje de dicha obra bien podría ser este: De 
aquí, que como se producen más individuos de los que es posible que sobrevivan, tiene 
que haber forzosamente en todos los casos una lucha por la existencia / ... / Es la 
doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al conjunto de los reinos animal 
y vegetal; porque en este caso, no hay aumento artificial de alimento y limitación 
prudente de matrimonios. La doctrina a la que se refiere es la que el reverendo R. T. 
Malthus, como es sabido, discípulo de Adam Smith y uno de los padres de la economía 
liberal clásica, expone en “Ensayo sobre el principio de la población” (1798), Según C. 
Leon Harris(1985), "El razonamiento de Malthus era que el progreso era imposible a 
menos que exista un abastecimiento ilimitado de alimentos, por lo que las políticas 
dirigidas a mejorar la situación de los pobres eran equivocadas (...) Los defensores del 
Laissez faire podría así ignorar a los niños hambrientos con la conciencia tranquila" 
 Sólo una actitud de obcecación en negar lo evidente, porque el mismo autor lo 
confirma, puede llevar a negar la conexión entre la interpretación darwinista de la 
Naturaleza y las ideas de Adam Smith. De hecho, en la que podemos considerar la 
versión mas “moderna” del darwinismo, la elaborada por Richard Dawkins (1975), su 
propuesta de lo que sería el motor de la evolución y de las relaciones entre los seres 
vivos es, sólo con un ligero cambio de estilo, una transcripción de la de Smith para las 
relaciones sociales con la simple sustitución de los términos cervecero o panadero por la 
palabra “gen” y la mano invisible del mercado por la mano invisible de la ciega pero 
todopoderosa selección natural. Y los términos “competencia por los recursos”, 
“estrategias”, “coste-beneficio”, “colonización”… son parte constituyente de laterminología y, por tanto, de la interpretación de los fenómenos naturales de la Biología 
actual. 
 Esta conexión no es extraña, pues forma parte de toda una concepción de la 
realidad, de la vida, de la sociedad, con profundas raíces culturales en las que el 
individualismo, la competencia, la laboriosidad y el “mirar por los propios intereses” 
son las virtudes más apreciadas (incluso “bendecidas por Dios”). Por eso Darwin 
concluye en su libro: Y como la selección natural actúa por y para el bien de cada ser, 
todos los atributos corpóreos y mentales tenderán a progresar hasta la perfección. Y 
por eso también comparte con Smith y Malthus su concepto de sociedad: Existe en las 
sociedades civilizadas un obstáculo importante para el incremento numérico de los 
hombres de cualidades superiores, sobre cuya gravedad insisten Grey y Galton, a 
saber: que los pobres y holgazanes, degradados también a veces por los vicios se casan 
de ordinario a edad temprana, mientras que los jóvenes prudentes y económicos, 
adornados casi siempre de otras virtudes, lo hacen tarde a fin de reunir recursos con 
que sostenerse y sostener a sus hijos. / ... / Resulta así que los holgazanes, los 
degradados y, con frecuencia, viciosos tienden a multiplicarse en una proporción más 
rápida que los próvidos y en general virtuosos. /…/ Mas en estos casos parecen ser 
igualmente hereditarios la aptitud mental y la conformación corporal. Se asegura que 
las manos de los menestrales ingleses son ya al nacer mayores que las de la gente 
elevada. (Darwin, Ch. R., 1871). En este contexto, no resulta extraño el éxito del libro 
de Darwin entre “la sociedad”, especialmente teniendo en cuenta que, en el máximo 
período de expansión colonial británica, la frase No puede nombrarse un país en el cual 
todos los habitantes naturales estén ahora tan perfectamente adaptados entre sí y a las 
condiciones físicas en que viven, que no pudiesen todavía, algunos de ellos, estar mejor 
adaptados o mejorar; porque en todos los países los naturales han sido conquistados 
hasta tal punto por los que han tomado carta de naturaleza, que han permitido a los 
extranjeros tomar firme posesión de la tierra, que figura en “Sobre el origen de las 
especies por medio de la selección natural, o el mantenimiento de las razas favorecidas 
en la lucha por la existencia”, verdadero título de su libro, debió resultar muy 
reconfortante para los beneficiarios de tal situación. 
 En definitiva, podríamos sumarizar las estrechas relaciones entre ambas “teorías” y 
los motivos de su implantación, recurriendo a pensadores muy cualificados que, al 
parecer, lo han visto con claridad: La obra de Darwin es, en palabras de Bertrand 
Russell (1935): una extensión al mundo animal y vegetal de la economía de Laissez 
faire. Y para el filósofo de la ciencia R.M. Young (1973) Lejos de ser un mecanismo en 
favor del cambio, era una defensa del status quo, tanto en la naturaleza como en las 
sociedades ¿Será, pues, este carácter de justificación “científica” de la situación el que 
está detrás de su condición de “teorías” inamovibles? 
 
 Cómo se fabrica una teoría muy poderosa 
 
Quisiera comenzar este apartado con una justificación, que no exculpación, del texto 
que sigue (y del texto en general): Aunque, según he podido experimentar en carne 
propia, los análisis históricos sobre las causas del origen del darwinismo no parecenestar muy bien vistos por, al menos, una parte de “la comunidad científica” que los 
califica de “opiniones subjetivas” motivadas por prejuicios con gran parte de carga 
ideológica mientras que la Ciencia se basa en datos “objetivos”, el subtítulo de este 
escrito indica que se trata de reflexiones personales, individuales y, por definición, 
subjetivas, porque lo que parece claro es que no todo el mundo tiene porqué ver las 
cosas de la misma forma. Y aquí puede ser conveniente otra pequeña reflexión sobre el 
carácter objetivo con que el lenguaje “aséptico” utilizado en los textos científicos 
pretende dotar a las observaciones. Cuando el autor dice “se observa”, por ejemplo Se 
observa la competencia entre las células (Khare y Shaulski, 2006) o la competencia 
entre las neuronas (Han, J. H. et al., 2007), o se pone en evidencia la actuación de la 
selección natural (Byers y Waits, 2006), es él el que está observando y también cabe la 
posibilidad de que sus observaciones, por muy objetivas que pretendan ser, estén 
condicionadas por prejuicios, por lo que le han enseñado a ver (y aquí sería necesario 
otro análisis para dilucidar el posible componente ideológico de estas observaciones 
“objetivas”). Pero en este caso no creo necesario insistir sobre la inconsistencia del 
concepto de selección “natural”, por extrapolación a la Naturaleza de las actividades 
“antinaturales” de los ganaderos, ni de la condición tautológica de su formulación, 
porque “la existencia de la selección natural” parece ser tan “indiscutible” que, en 
consecuencia, no se puede discutir. 
 Una vez asumida esta limitación, puedo decir que, desde mi punto de vista, la 
formulación de “la teoría de la evolución” de Charles Darwin no resulta un modelo de 
precisión científica (y menos de brillantez literaria). Los términos se podría dudar, 
pudiera ser, no podríamos considerar improbable… acompañan a cada una de sus 
propuestas. La abundancia de éstas, basadas en la cría de animales domésticos le hizo 
sugerir a su editor que recortara las partes teóricas e hiciera de la obra un libro 
dedicado enteramente ¡a la cría de palomas! (Milner, 1995). Efectivamente, las 
variadas especulaciones sobre “el origen de las especies” resultaban todo menos 
clarificadoras: los efectos del uso y el desuso, la tendencia a variar de la misma manera, 
las variaciones “sin importancia”, la “dilución” de los cambios ventajosos en la 
población, los cambios en la disposición de los ojos de los peces planos debido a los 
“esfuerzos” en mirar para arriba, los osos atrapando insectos del agua “como una 
ballena”… muchas de ellas basadas en informaciones “de segunda mano”, componen un 
texto confuso y disperso sin una línea argumental clara. No parece aventurado deducir 
que, muy probablemente, fueron sus “hallazgos” de la aplicación a la Naturaleza de la 
“lucha por la existencia” y “la supervivencia del más adecuado” los que hicieron que “la 
sociedad” se abalanzase sobre el libro, del que en una semana se vendió toda la edición 
de 4.250 ejemplares. Las narraciones épicas sobre las dificultades que encontró el 
“revolucionario” libro de Darwin entre la conservadora sociedad inglesa (la Iglesia 
Anglicana le ha pedido disculpas por la oposición “excesivamente emocional” a su 
teoría, representada en la historia por el obispo Wilbeforce) no parecen tener una base 
muy sólida si tenemos en cuenta que fue miembro del consejo rector de la Geological 
Society, de la Royal Society, y que le nombraron miembro de la Academia de Ciencias 
Francesa. Que fue enterrado con honores en la abadía de Westminster al lado de la 
tumba de Newton y que a su funeral asistieron las más importantes personalidades de la 
época.Sin embargo, entre los científicos conocedores de la evolución las críticas no fueron, 
ni mucho menos, favorables (ver Sandín 2002). Porque la evolución era conocida y 
llevaba cien años siendo estudiada en las universidades europeas (Galera 2002). De 
hecho, en la época de Darwin los partidarios de la evolución eran llamados 
“lamarckianos” (Harris, 1985). No obstante, al estar confinado su estudio al ámbito 
académico fue el libro de Darwin el que, probablemente gracias a su éxito social (ha 
sido calificado como “el primer best seller científico) popularizó la idea de la evolución. 
Este fenómeno es relatado por algunos historiadores darvinistas de esta forma tan 
pragmática: una cosa es que los evolucionistas anteriores propusieran la idea, y otra 
bien distinta que consiguieran convencer a los científicos (Harris, 1985). 
 Pero la información más sorprendente sobre la creación de la figura de Darwin 
como “descubridor de la evolución” (Henleben, 1971) es la que nos transmite Richard 
Milner, calificado por Gould como “el pura sangre de Darwin” en el prólogo a su 
“Diccionario de la evolución” (1995), y es que él no parecía tener muy claro que en su 
famoso libro estaba hablando de evolución (sólo hablaba del origen de las especies). 
Porque el término evolución no aparece hasta la sexta edición de 1869 por sugerencia de 
Huxley, que sí sabía de lo que se hablaba. 
 Sin embargo, entre las críticas científicas que recibió, la más lúcida y más 
claramente formulada, hasta el extremo de que puede ser utilizada para debatir las ideas 
darvinistas actuales, es la del zoólogo St. George Mivart (que también sabía de lo que 
hablaba): Lo que se puede alegar, se puede sintetizar de ésta manera: que la “selección 
natural” es incapaz de explicar las etapas incipientes de las estructuras útiles; que no 
armoniza con la coexistencia de estructuras muy similares de diverso origen; que hay 
fundamentos para pensar que las diferencias específicas se pueden desarrollar súbita y 
no gradualmente; que la opinión de que las especies tienen límites definidos, aunque 
muy diferentes para su variabilidad todavía es sostenible; que ciertas formas fósiles de 
transición todavía están ausentes, cuando cabría esperar que estuviesen presentes/ ... 
/que hay muchos fenómenos notables de las formas orgánicas sobre los cuales la 
“selección natural no arroja la menor luz”. (Mivart, 1871). 
 Objeciones como esta, basadas en argumentos y conocimientos científicos, 
hicieron que el darwinismo languideciera en el ámbito académico hasta quedar 
prácticamente relegado a unos cuantos seguidores fervorosos, como August Weismann, 
quien publicó, en 1886, su teoría del “germoplasma” (la barrera soma- germen), y cuyas 
ideas fueron las primeras conocidas bajo la denominación de “neodarwinismo”. A 
principios del Siglo XX, los genetistas, basándose en sus observaciones sobre la 
aparición y la transmisión de las características heredables, y que se podían comprobar 
en los “experimentos” (pero esta es otra historia) de Mendel, habían desechado la idea 
de la evolución como consecuencia de la acumulación de pequeñas variaciones 
“imperceptibles”. Así nos lo narra F. J. Ayala en su libro “La teoría de la 
evolución”(1999): “De acuerdo con De Vries (y también con otros genéticos de 
principios del sigloXX, como el inglés William Bateson) hay dos tipos de variaciones 
en los organismos: un tipo consiste en la variación “ordinaria” observada entre los 
individuos de una especie: por ejemplo, variación en el color de los ojos o las flores, o 
variación en el tamaño. Este tipo de variación no tiene consecuencias últimas en la 
evolución, porque, según De Vries, “no puede traspasar los límites de la especie, 
incluso bajo las condiciones de la más fuerte y continua selección”. El otro tipo 
consiste en las variaciones que surgen por “mutación genética”; esto es, alteraciones espontáneas de los genes que ocasionan grandes modificaciones de los organismos y 
que pueden dar origen a nuevas especies: “Una nueva especie se origina de repente, es 
producida a partir de una especie preexistente sin ninguna preparación visible y sin 
transición”. 
Estas ideas, que Ayala nos narra como una visión errónea, pero que estaban 
basadas en observaciones científicas reales y que, por tanto, estaban en el buen camino, 
fueron arrolladas por otras basadas, dentro de la tradición darvinista, en especulaciones 
y suposiciones sin la menor relación con los fenómenos que se producen en la 
Naturaleza, es decir, inventadas. Los “biometristas”, darvinistas fervorosos encabezados 
por el matemático inglés Sir Karl Pearson, acudieron en ayuda de la selección natural 
actuando sobre variaciones que denominaron “métricas” o “cuantitativas”. 
Así nos narra Richard Milner el nacimiento de la base teórica del darwinismo 
actual: En medio del debate entre genetistas sobre la dilución de las pequeñas 
mutaciones individuales entre la población, R. C. Punnett, discípulo de Bateson, expuso 
el problema a su amigo G. H. Hardy, profesor de matemáticas en la Universidad de 
Cambridge, quien, según se dice, escribió la solución en el puño de la camisa mientras 
comía. Como la consideró muy elemental, Hardy se negó a presentarla en una 
publicación que normalmente leerían sus colegas matemáticos, por lo que Punnett la 
expuso en una revista de biología. Fue la única incursión de Hardy en la genética (?). 
La solución obtenida por el profesor Hardy fue que la simple expresión binomial (p2 
+2pq + q2) = 1 describe la proporción de cada genotipo en la población, donde p 
representa el alelo dominante (A), q el recesivo (a) y (p + q = 1). El alejamiento de 
estas premisas de la realidad (que se acentúa con las absurdas condiciones que debe de 
cumplir la población implicada) ya era evidente por entonces. Según Harris (1985), 
Haldane (1924) (otro matemático padre de la “síntesis”) era consciente de que existían 
fenómenos como el ligamiento que ya eran conocidos, pero tenerlos en cuenta hubiera 
complicado los cálculos. 
 Aquí me voy a permitir una pequeña digresión: Resulta pasmosa la naturalidad 
con que los historiadores autocalificados como firmes seguidores del darwinismo nos 
narran los artificios que han intervenido en su elaboración como teoría científica, 
porque resulta difícil de dilucidar si se trata del resultado de una fe poco menos que 
religiosa a la que los datos históricos no afecta o de una actitud cínica en el sentido de 
decir “es una falacia, pero es la falacia dominante”. 
 Sin embargo, parece que, efectivamente, los matemáticos lograron convencer a 
algunos biólogos. Así nos narra F. J. Ayala la acogida inicial de la base teórica de la 
evolución: Estos descubrimientos (?) teóricos, sin embargo, tuvieron inicialmente un 
impacto limitado entre los biólogos contemporáneos, porque estaban formulados en 
ecuaciones y lenguaje matemáticos que la mayoría de los evolucionistas no podían 
entender (aquí me voy a permitir argumentar, a modo de “reparación” de estas dudas 
sobre la capacidad mental de mis colegas, que resulta dudoso que no entendieran unas 
fórmulas basadas en algo tan simple como las probabilidades de obtener cara o cruz en 
una moneda lanzada al aire, es decir, que tal vez fue otro el motivo de su rechazo); 
también, debido a que estos descubrimientos, casi exclusivamente teóricos (?) tenían 
poca corroboración empírica, y, por último, a causa de que los problemas resueltos 
habían dejado de lado muchas otras materias de gran interés, como el proceso de la 
especiación (??). Pero el problema que planteaban los biólogos estaba superado. Según E. Mayr (1997): Los matemáticos demostraron convincentemente que, incluso 
mutaciones con ventajas relativamente pequeñas, eran favorecidas por la selección, y 
sus hallazgos ayudaron a superar varias objeciones a la selección natural. 
En cualquier caso, ya estaba “demostrada” mediante las matemáticas la actuación 
de la selección natural como el mecanismo evolutivo. La sentencia (¿de muerte?) sobre 
el estudio de la evolución la emitió T. Dobzhansky (1951): La Evolución es un cambio 
en la composición genética de las poblaciones. El estudio de los mecanismos de 
evolución es competencia de la Genética de Poblaciones. Y desde ese momento, la base 
teórica de la Biología, pasó de apoyarse en los conocimientos y en los criterios 
científicos utilizados hasta entonces, basados en la elaboración de deducciones 
obtenidas a partir de la observación de los fenómenos naturales, a la interpretación de la 
Naturaleza en función de la práctica tradicional en el darwinismo, es decir, a adecuar las 
observaciones a la teoría, (en este caso ni siquiera observaciones, sino suposiciones), 
mediante fórmulas matemáticas. 
 Y este “olvido” de las observaciones de la Naturaleza, de los organismos, del 
registro fósil, para crear una explicación elaborada sobre cálculos numéricos basados en 
hipótesis al margen de la realidad, lleva a una total desconexión de la realidad. Así 
explica F. J. Ayala (2001) el concepto actual de la evolución según estos criterios: El 
rango de una mutación génica puede ir, pues, de inapreciable a letal /…/ las 
mutaciones nuevas tienen mayor posibilidad de ser perjudiciales que beneficiosas para 
los organismos. Una nueva mutación es posible que haya sido precedida de una 
mutación idéntica en la historia previa de una especie. Si esa mutación previa no existe 
en la población, lo más probable es que no sea beneficiosa para el organismo y, por 
ello, será eliminada de nuevo/…/ El proceso de mutación cambia las frecuencias 
génicas muy lentamente debido a que las tasas de mutación son bajas /.../ Si en un 
momento dado la frecuencia del alelo A es 0,10, en la generación siguiente se habrá 
reducido a 0,0999999, un cambio evidentemente pequeñísimo /.../ Por otra parte, las 
mutaciones son reversibles: el alelo B puede también convertirse en alelo A /…/ Aunque 
las tasas de mutación son bajas si se considera un gen individualmente, el hecho de que 
haya muchos genes en cada individuo y muchos individuos en cada especie hace que el 
número total de mutaciones sea elevado. 
 Como reflexión, seguramente discutible, y a modo de conclusión de este apartado, 
tengo que decir que la forma en que nació el darwinismo, la manera en que se ha 
narrado su historia, el modo en que se ha mantenido mediante artificios al margen de la 
realidad y la mitificación (mixtificación?) de la figura de Darwin, produce la sensación 
(al menos, la sospecha) de que el problema no es de índole meramente científica. Y un 
posible apoyo a esta sensación se puede encontrar en el siguiente hecho: En 2006, es 
decir, cuando ya se había secuenciado el genoma humano, cuando ya eran sobradamente 
conocidos los fenómenos de splicing alternativo, los procesos epigenéticos, la 
naturaleza dispersa y fragmentaria de la información genética… se reunieron en la 
Universidad de Cambridge, un grupo de prestigiosos investigadores que llegaron a la 
siguiente conclusión: 
 Many regard the Darwinian theory of evolution by natural selection as one of the 
most important and powerful theories of our times, in the good company of the general 
theory of relativity and quantum theory. What will be Darwin's legacy in the 21st 
century? Will new work be mainly confirmatory, or can we expect new breakthroughs? What constitutes a Darwinian way of thinking in biology, or more broadly in science? Is 
it still timely to think in a genuine Darwinian way, or should we resort only to some 
basic Darwinian principles? These questions were discussed by researchers at a recent 
conference at Trinity College, Cambridge, UK, which was hosted by the president of the 
Royal Society, Martin Rees. 
 There was fair agreement among the participants that Darwin's way of 
approaching problems remains valid and should be encouraged if possible. 
(Szathmáry, 2006). 
 
 150 años fuera del camino 

 En el año 2009 se cumplirán 200 años del nacimiento de Darwin y 150 de la 
publicación de “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural, o el 
mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”, y la celebración 
parece bien preparada. En las revistas científicas se exalta su figura hasta convertirlo en 
el genio que arrojó luz sobre un Mundo en tinieblas: La gran contribución de Darwin a 
la ciencia es que completó la Revolución Copernicana al llevar a la biología la noción 
de la naturaleza como un sistema de materia en movimiento gobernada por leyes 
naturales. (Ayala, 2007). En las universidades y centros de investigación se preparan 
todo tipo de homenajes, y una réplica del Beagle “zarpará para reconstruir el mítico 
viaje del científico”. La noticia de prensa comienza así: Recién graduado en Cambridge, 
con 22 años, un jovencísimo Charles Darwin se embarcó como naturalista a bordo del 
bergantín HMS Beagle, en un viaje que duraría cinco años (1831-1836). El padre de la 
teoría de la evolución describiría después esta aventura como el acontecimiento más 
importante de su vida, el que determinó la marcha de toda su carrera. Aunque se 
pueden encontrar en el texto algunos “olvidos” o “imprecisiones”, (ver Sandín, 2002) el 
más llamativo es el que se refiere a su titulación, que se podría completar así: 
subgraduado en Teología. 
La forma en que los encargados de transmitir “la buena nueva” a la sociedad 
“depuran” y “orientan” conscientemente la información llega a extremos que hacen 
pensar que deben tener muy buenos motivos para hacerlo. En el artículo 150 años 
liberados de un creador sobrenatural, el autor informa a sus lectores de que la idea 
eliminó la necesidad de Dios para explicar nuestra presencia, y nos habla de la 
controversia entre creacionistas y darvinistas, para aclararnos que “la evolución”, o 
bien, como sinónimo, “la teoría de la evolución”, está científicamente comprobada y la 
prueba más contundente es la universalidad del código genético. 
La confusión deliberada de la evolución como hecho con “la” teoría de la 
evolución y la transmisión a la sociedad de que el debate que existe actualmente se 
centra entre los creacionistas y “la” evolución, (y el éxito de esta estrategia se puede 
comprobar en las manifestaciones al respecto de todo tipo de personas cultivadas, no 
profesionales de la Biología) es una de las variadas artimañas de que se valen los 
guardianes del darwinismo para descalificar cualquier intento de debate científico sobre 
la validez actual de sus ideas. Pero es tan simplista y estéril tratar de rebatir a la Ciencia 
desde creencias religiosas como pretender rebatir las creencias con argumentos 
científicos, porque son dos aspectos del pensamiento humano que, por su forma de elaboración y por sus objetivos, no tienen la menor relación (salvo cuando los 
pretendidos argumentos científicos sean, en realidad, una creencia, en cuyo caso se 
comprende el debate). Y es imposible rebatir una creencia con hechos históricos, con 
datos reales o con argumentos lógicos. Cuanto más irracional (es decir, menos basada 
en dichos conceptos) sea una creencia, más difícil es de rebatir, y de esto tenemos 
suficientes experiencias, no sólo en el aspecto científico, sino también en el político y el 
económico.

 Fuente:
Máximo Sandín
http://www.somosbacteriasyvirus.com/

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