domingo, 5 de mayo de 2019

EL QUE NO APRENDIÓ, SE EMBROMÓ

Época pródiga en enseñanzas ésta. Están ahí, al alcance del celular o del control remoto. No me refiero a las obvias. Me refiero a otras que están también ahí aunque no sean tan sencillas de ver. Y así como el renacimiento nos dio la noción de la perspectiva y a partir de allí todo se miraría diferente, esta época nos enseña cosas de mucho valor, tanto que definen el hoy y el futuro. El que no las aprende, se embroma.
No es exagerada esa analogía con la perspectiva. Porque las enseñanzas a las que me refiero son así de revolucionarias (perdón por la palabrota). El verdadero perdedor (entre perdedores), de esta época será aquel que no entienda que el mundo se mueve con nuevas reglas de juegos, nuevas armas que están apuntadas contra nosotros. Usted y yo somos los objetivos y los que deberíamos entenderlo rápido. El resto, ya se sabe: negadores seriales, cómplices o bien los que no se enteran de nada.
"Las mujeres de derechas son mucho más bonitas que las de izquierda y no enseñan los pechos para protestar, tampoco defecan en la calle…", dijo el hijo de Bolsonaro luego de la movilización Ele Não.  Esas palabras lograron que la intención de voto hacia su padre creciera, aseguran, entre cinco y ocho puntos. Ese insulto hizo, además, que un triunfo popular, una movilización categórica, una defensa del "lado progresista de la vida", se volviera una derrota, un arma que se disparó por la culata.
Si hubiera que resumir yo diría que habría que volver a aquella consigna de Einstein y decir que todo es cada vez más relativo. Relativa la verdad, relativas las ideologías, relativas las ideas y, sobre todo, relativa las palabras. La palabra, una de las patrias del  hombre, está bajo fuego, demediada, desvalorizada a niveles inimaginados. Eso no es lo peor. Lo peor es que esto nos obliga a desaprender parte de lo que sabemos, a dejar de confiar en viejos dogmas y paradigmas, creados y sostenidos a partir de, justamente, la palabra.
El que no aprenda a leer entre líneas, a leer el vacío, será el analfabeto del futuro, por muchos libros que atesore. Lo bueno (entre lo malo) es que las clases son gratuitas, libres y abiertas. No sólo las puede tomar cualquiera sino que las tomamos aún sin querer. El desafío es reconocerlas. El siguiente desafío es crear anticuerpos. O aprender a vencerlas.  
¿Y qué hacemos con los saberes tradicionales, Chiabrando? Quizá habría que pasarlos por el tamiz de esta época, de estas estrategias. Y usted me podrá decir que estoy equivocado porque por estos días estamos asistiendo al triunfo de la política tradicional por sobre el marketing y las nuevas estrategias, y yo le respondo que sí, pero para que eso sucediera fue necesario destruir un país y empeñar su futuro. Y los ganadores son los que entendieron mejor y antes que el mundo había cambiado. Es parte de la enseñanza que hay que asumir.
El que no encara el futuro habiendo aprendido estas cosas será el nuevo idiota útil, un títere ante fuerzas que nunca llegará a comprender y menos a neutralizar. Se parecerá a nuestros padres o abuelos que vivieron como si el trabajo fuera la vaca sagrada del sistema hasta que les mataron la vaca, los obligaron a mirar como otros se la comían mientras ellos se quedaban con el mugido, lo único que se desperdicia, decía mi abuelo.
Negar todo el tiempo, mentir todo el tiempo, culpar a otros todo el tiempo, ya no son desviaciones ni tropiezos. Son discursos o estrategias de hoy, avaladas por una parte de las academias, de los medios, de los periodistas, de los intelectuales, de los periodistas. No solo es una infantilización del discurso sino, sobre todo, del receptor, usted, yo, los que debemos aprender, y ya.
¿Puede alguien escribir un libro totalmente falso y seguir apareciendo en la televisión contando supuestas verdades? Sucede todos los días. Ya nadie paga por mala praxis. Se miente, no importa. Se dicen tonterías, no importa. ¿Discursos y plataformas? No, mejor bailar. ¿Puede un grupete de nenes de mamá quedarse con un país con una única consigna: decir todos al mismo tiempo la misma mentira, no importa que tan grande sea, no importa que tan evidente sea esa mentira? Sí, puede. Y funciona tan bien como una plataforma política. Es decir: hoy, una mentira colectiva, organizada, sostenida desde las usinas de rumores, reemplaza con facilidad a una ideología, una historia, un pasado. Mentir, nunca dudar. Negar, nunca pestañear. Y no me estoy refiriendo sólo a nuestro país. Es una epidemia mundial. Esa es otra parte de la lección. 
Y a pesar de que se trate de una etapa superior de las relaciones de poder, es a la vez una infantilización, como dije. Juegos de chicos llevadas a su máxima expresión, donde mentir, negar, ocultar y culpar a cualquiera son herramientas que funcionan a la perfección. "¿Quién pinchó la pelota?". "El Fito Peralta, señorita". "¿Quién es el culpable de la inflación?". "La historia, el peronismo, los derechos laborales, la tormenta, la novela de la tarde, Turquía". 
El receptor infantilizado (la sociedad, nosotros) ya no está para comprender sino para aceptar. Por eso las argumentaciones (falsas) son acompañadas de énfasis y vértigo, de un vértigo esencial para no dejarnos elegir con calma, para aturdirnos. No es casual que uno viva como dentro de un coche que siempre está doblando una curva y a toda velocidad. No vale vomitar. Hay que entender. Aprender.
Y lo peor es que sea es el enemigo el que primero haya aprendido a usar esas herramientas. ¿Debemos  aprender a usarlas nosotros también? Debemos al menos no ignorar que existen. ¿Si los malos son también malos porque usan esas armas, eso significa  que nosotros debemos volvernos malos también? Creo que es mejor ser un poco malo que ser el pato de la boda.

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