viernes, 5 de septiembre de 2014

¿QUIEN QUIERE VIVIR PARA SIEMPRE?



PARECE QUE LOS MUCHACHOS DE JARVAR ENCONTRARON, SIGUIENDO SU LARGA TRADICIÓN FILANTRÓPIOCA, UN ESLABÓN MAS PARA NUESTRAS CADENAS.
Imagen: The Jackson Laboratory
                                                        Imagen: The Jackson Laboratory
Freddy Mercury, en una hermosa canción de Queen, se preguntaba: “¿Quién quiere vivir para siempre?” Creo que son muchas, quizás la mayoría, las personas que querrían vivir eternamente y en buenas condiciones. Y lógicamente, los científicos no han querido permanecer al margen de ese deseo. La ciencia ha contribuido a mejorar la salud de la gente y ha permitido que cada vez sean menos las muertes a edades tempranas. Por ello, la esperanza de vida al nacer ha aumentado de manera extraordinaria en los últimos cien años. Los seres humanos hemos pasado de una esperanza de vida de entre treinta y cuarenta años hace un siglo, a los casi setenta actuales; y en numerosos países superamos los ochenta. Esos progresos alimentan la esperanza de que la vida se pueda prolongar aún más. Pero más allá de combatir la enfermedad, la ciencia también busca detener el envejecimiento, lo que supondría “parar” el reloj biológico o, incluso, hacerlo retroceder y recuperar las condiciones físicas de la juventud. De momento es ciencia ficción, sí, pero cada vez tiene más de ciencia y menos de ficción.
Hay quien cree que la clave de la inmortalidad quizás pueda hallarse en la biología de un pequeño invertebrado marino, el hidrozoo Turritopsis dohrnii. Los hidrozoos tienen una fase de su vida –juvenil- en forma de pólipo y otra –adulta- en forma de medusa. Lo normal es que cuando un hidrozoo completa su desarrollo, se reproduzca y muera. Pero las medusas de Turritopsis exhiben una cualidad especial: bajo ciertas condiciones son capaces de “regresar” al estado de pólipo y, por así decirlo, volver a empezar. Puede hacer esa transición de uno a otro estado de forma ininterrumpida: son materialmente inmortales. Por eso hay científicos que piensan que si consiguiésemos saber en qué se basa esa capacidad, quizás podríamos utilizarla en nuestro beneficio, aunque la verdad es que las posibilidades de éxito se me antojan más bien remotas.
Sin embargo, otra línea de investigación ha abierto recientemente perspectivas más prometedoras. Se sabía desde hace unos años que al unir mediante cirugía el sistema circulatorio de un ratón joven con el de uno viejo, revierten ciertos síntomas de envejecimiento en algunos órganos del de más edad. Y hace poco se ha hallado una proteína llamada GDF11 (factor de diferenciación de crecimiento 11) que regula la actividad de las células troncales (o células madre); ese factor es abundante en la sangre de ratones jóvenes, pero su concentración baja con la edad. Pues bien, la inyección de esa proteína a ratones viejos tiene efectos similares a los de la conexión de los sistemas circulatorios, por lo que también consigue revertir algunos síntomas del enevejecimiento. El GDF11 promueve la transformación de células troncales en nuevas células adultas de órganos tales como músculos, encéfalo y corazón. De momento la Universidad de Harvard, donde se ha realizado el hallazgo, ya ha patentado el GDF11, y hay expectativas razonables de que la misma sustancia o una variante pueda servir, en medicina regenerativa, para recuperar órganos dañados, pero algunos científicos especulan también con la posibilidad de que pueda tener efectos rejuvenecedores.
De ser eso cierto, resultará que el sabio Utnapishtim se equivocó cuando hace cuatro milenios dijo a Gilgamesh que el secreto de la inmortalidad se encuentra en el fondo del mar, porque quizás esté mucho más cerca, en la sangre de unos animales tan próximos a nosotros como los ratones. Con todo, conviene ser prudentes con estas cosas y por eso, de momento, me quedo con la respuesta que el propio Mercury dio a su pregunta: “Para siempre es nuestro hoy”.
Nota: Manuel Collado ha publicado dos excelentes artículos sobre este tema aquí.
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Sobre el autor: Juan Ignacio Pérez (@Uhandrea) es catedrático de Fisiología y coordinador de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU
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Este artículo fue publicado el 25/5/14 en la sección con_ciencia del diario Deia.

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