miércoles, 2 de octubre de 2013

LEER UN BUEN LIBRO


El hombre de la imagen tiene un blog, se llama Jesús García Blanca y desde la óptica sanitaria desnuda el cipayismo y las relaciones simbióticas con el Poder, los alcances de la farmafia y las corporaciones.
Escribió un libro que se llama El Rapto de Higea, y aquí les dejo el enlace para quien quiera leerlo y/o descargarlo:

http://www.viruseditorial.net/pdf/rapto%20de%20Higea.pdf

Yo lo recomiendo así mas no sea para refregárselo en la jeta a tanta ONG careta o lucrativa, y según el autor, saber el origen de tantos latigazos recibidos, aquí parte de la introducción:

El caso de estas publicaciones es solo un elemento colate­
ral del modelo cientifista que nos domina, según el cual las
aseveraciones que logran presentarse como científicas se con­
vierten en incuestionables e infalibles. Se trata de algo que
explotan muy bien en el ámbito de la economía, donde se
permiten presentar sus recetas neoliberales como ciencia aje­
na al debate y la crítica política. Hasta el término «receta» es
tomado del vocabulario médico, tan científico él, para apli­
carlo en la economía. Y es que con la sanidad consiguen algo
similar: mediante la presentación de cualquier iniciativa mé­
dica bajo la pátina de ciencia neutral logran erradicar cual­
quier atisbo de crítica o debate.
Por ello, es necesario recordar e insistir en el fracaso del
modelo capitalista global que nos gobierna y que ha instalado
en los ciudadanos de los países ricos la enfermedad de la frus­
tración. Pasamos nuestra vida persiguiendo la comida más
sofisticada, el arte más excéntrico, el sexo más impulsivo, el
mobiliario más chic. Quienes viven en zonas rurales, en cuan­
to pueden buscan las aglomeraciones de las grandes ciudades,
los urbanos del interior se escapan a la costa y los habitantes
de las regiones con temperaturas cálidas sueñan con una chi­
menea. A nuestros jóvenes les resulta insoportablemente
aburrido un sol de primavera, el canto de un pájaro o una
charla en un café. Internet ha supuesto la huida absoluta del
mundo hacia lo irreal que no es nada. Vivir instalados en la
frustración conlleva esa huida —que no búsqueda— hacia no
se sabe dónde.
Nuestro sistema sanitario es el vivo ejemplo del surrea­
lismo y la paradoja. Un indigente podrá recibir en los servi­
cios de urgencia, de forma gratuita o subvencionada, un me­
dicamento contra la sarna que debe disolver en el agua de
una bañera, pero no tiene bañera, ni agua corriente, ni vi­
vienda. A quien duerme en un frío invierno en la antesala de
un cajero automático porque no tiene otro lugar, el sistema lo
ingresa en un hospital cuando se enferma de pulmonía, pero
antes no le pudo ofrecer una manta para evitarla. Y además
le dará el alta para que se dirija de nuevo a pasar la noche
donde de nuevo enfermará.
En la versión global se mantienen también esas insultan­
tes paradojas. Si, por ejemplo, dos gemelas adheridas por la
espalda naciesen en una inmunda barriada de Filipinas en el
seno de una familia sin recursos para alimentarlas, los mejo­
res hospitales del mundo competirían por realizar la inter­
vención quirúrgica que las separe. Ya ha sucedido en alguna
ocasión. Si, por el contrario, las niñas hubiesen nacido nor­
males, ninguna institución se hubiera preocupado de que pu­
diesen ser alimentadas o de que recibieran asistencia médica
ante una diarrea.
El mercado infesta todos los intersticios de nuestro sis­
tema sanitario. Desde la ilegalidad se crean mercados de
órganos o úteros de alquiler, y con la legalidad los jóvenes
venden su semen y los equipos médicos de trasplantes cobran
incentivos por cada donante que consiguen. Un hospital pri­
vado de los que ahora se conciertan por el Estado tendrá un
gran negocio si hay una epidemia en su área de asistencia
porque se multiplicarán las atenciones sanitarias y la factura­
ción. Conforme a nuestro cálculo del Producto Interior Bru­
to, este crecerá y, por tanto, el «crecimiento económico», si se
produce un aumento de enfermos de Alzheimer que dispare
la construcción de centros de asistencia, puestos de trabajo y
la comercialización de material relacionado con la atención
de esos pacientes. La película futurista La Isla (Michael Bay,
2005) ilustra bien algo que no podría resultar tan incon­
gruente con el sistema que estamos creando. En ella una
empresa «produce» clones de ciudadanos acaudalados con el
único objetivo de disponer de órganos de repuesto para ellos.
Por supuesto, ni los «originales» ni los clones conocen el plan­
teamiento, los primeros solo saben que pagan a una empresa
que les encuentra donante, los segundos viven artificialmente
en una comunidad cerrada y secreta creyendo que son la úni­
cos supervivientes de un desastre nuclear, periódicamente se
celebra un sorteo y uno de ellos es elegido para viajar a «la
isla», un lugar paradisíaco no contaminado. Nunca lo vuelven
a ver sus compañeros. Se me ocurren dos preguntas: ¿acaso
tendrían prejuicios muchos de los ciudadanos de los países
ricos en recibir un órgano de otro humano si lo necesitan para
seguir vivos, aunque fuera a costa de la vida del donante?,
¿acaso no estarían en condiciones de pagar lo suficiente como
para que sea rentable para una empresa dedicarse a ello? 

2 comentarios:

Maia dijo...

Qué interesante, ya tengo uno de mis regalos de Navidad. :-)

Moscón dijo...

Pa´las pascuas tengo otro.