martes, 18 de octubre de 2011

Jorge Devincenci y un análisis de aquellos...


Parliamo di donne: hoy, un toque de formación

Según veo, un asunto prioritario en la construcción de la organización popular capaz de sostener y profundizar los logros del gobierno nacional es la formación política.

Pero el eje es la acción política, es decir, la política en acto, en cuanto esta refiere a la transformación de la realidad y no a su contemplación. Al poner el eje en la acción, el movimiento nacional en nuestro país se diferencia de los modelos derivados del partido organizado alrededor de alguna de las múltiples variantes marxistas porque estas todavía no han completado el camino que va de una Verdad previa, relevada como premisa religiosa por algunos de sus teóricos, a la singularidad u originalidad que implica transformar la realidad desde la realidad (nuestro país) y no desde el análisis hecho sobre otras y para otras realidades, ninguna de las cuales pasó la prueba ácida del triunfo, lo ya que es mucho.
Por otra parte, no es un dato menor que esos anàlisis teóricos hayan surgido no solo de otros países, sino de naciones que mantienen con el nuestro una relación de asimetría, una relación dialéctica se diría, no solo en el flujo de bienes materiales sino (lo que ahora nos importa) en los simbólicos, las propias ideologías.
Nuestra relación de dependencia se basa en gran medida en el hecho de que los sectores dirigentes, desde la propia constitución de esto llamado Argentina, han tomado como propia la ideología de nuestros dominadores. Esta ideología o cosmovisión o como se la quiera llamar, ha estado en gran medida asociada con el poder económico, pero no solo. "Lo marxista" no escapa a esa caracterización, lo que no significa que la dialéctica de la historia no nos sirva como herramienta para comprender la realidad toda vez que la dialéctica es constitutiva del pensamiento occidental y no un invento de Marx. El materialismo dialéctico, por su parte, ha probado su fracaso.
Algo crucial, sin embargo, nos separa de los marxistas. Para ellos, la "conciencia de clase" se refiere a la adquisición de una determinada ideología entendida como bautismo. Como el saber es una cuestión de adquisición social y asimétrica, sólo determinados sectores sociales los que acceden a ella, por lo cual a veces se da la paradoja de que sectores medios ideologizados llegan a considerarse a sí mismos "vanguardia" proletaria sin serlo. Y no lo son tampoco aunque provengan de los trabajadores asalariados porque esa supuesta conciencia los divorcia de las herramientas reales que el conjunto de su clase se ha dado realmente, por cuanto se abre un abismo infranqueable (incomprensión) entre estas herramientas reales y lo prescripto (como un antibiótico) por la ideología.
La conciencia de clase se adquiere cuando las necesidades sociales se convierten en derechos efectivos. Así ha pasado en Argentina, lo que explica por qué el peronismo ha dejado una huella inborrable en amplios sectores.
Estos derechos sólo puede garantizarlos el Estado, toda vez que únicamente éste puede asegurar una igualdad (al menos teórica) entre los individuos que integran una sociedad. En el marxismo se cree lo contrario, pero no hay una explicación unívoca: primitivamente, el Estado era una herramienta de la clase dominante; más adelante, pasó a ser la resultante de la relación de fuerzas al interior del bloque dominante, y antes, se definió que ejerce su poder mediante la hegemonía cultural que genera un sentido común dominante o determinadas significaciones imaginarias.
Estos dos últimos conceptos nos pueden resultar muy útiles para entender la etapa que se abrió en 2003 en nuestro país en varias cuestiones: la recuperación de la autoridad presidencial, cierta rehabilitación del Estado, la lucha contra los medios monopólicos, la incorporación de la dimensión política en el cambio de la relación de fuerzas dentro del bloque dominante.
El tema del rol del Estado adquiere pues centralidad, en la medida que es el campo de batalla donde se define el rumbo del país. El otro gran campo de batalla está en el seno de la sociedad. La utilización de ideas asociadas a la guerra deviene de considerar que la política es lucha, conflicto, porque se trata de imponer una cierta visión y dirección a la sociedad que el Estado ordena, que es precisamente lo que han hecho los sectores dominantes desde que la Argentina existe como tal.
Esta globalización (que no es la primera, según Aldo Ferrer) y las corporaciones multinacionales, han puesto en otro contexto, novedoso, la cuestión del rol del Estado-nación.
Por un lado, el propio Estado-nación es un paradigma europeo, y como tal, ha funcionado como una receta que el mundo imperial aconsejó o impuso al resto del mundo siempre que ello no significara un peligro para la existencia del Uno europeo o del Norte.
Tras la aparición de esos Estados-nación, países como la Argentina se constituyeron en una situación de independencia formal y dependencia estructural real. Desde la plata de Potosí a la soja trasgénica, esta dependencia pasó por distintas etapas que incluyeron un espacio para la industrialización, entre la sustitución de importaciones y la posibilidad de cierto desarrollo autónomo mientras en el mundo cambiaban velozmente la morfología del sector industrial debido a la inovación tecnológica.
El poder supranacional de las corporaciones y el hecho de que los mercados deben determinar las prioridades sociales, coincidieron desde los 80 con los teóricos neomarxistas en cuanto a que el Estado era un obstáculo. Para el mercado o para la lucha de clases. Se desarrolló así, desde la "izquierda" de la ideología, una concepción según la cual las luchas populares son "autónomas" del Estado y que se hace necesario construir un contrapoder "en la base".
Al no incorporar la perspectiva de la dependencia, esta visión objetivamente coincide con la idea dominante de que países como Argentina no tienen otro camino que "modelizarse" en las naciones imperiales y que marchan detrás en esa carrera (como subdesarrollados, de desarrollo incipiente, o emergentes) en una época en la que el poder de las multinacionales ha reducido a la nada el de los Estados-nación, y eso justifica y da sentido al "contrapoder". Como no se trata de un juego teórico, esa visión peca de ver la realidad argentina a través de ojos europeos, porque puede ser cierto que ya se ha agotado la etapa de los Estados-nación en el hemisferio norte pero no sucede lo mismo en el Sur, donde los Estados son el mejor instrumento de los sectores postergados para lograr su inclusión en una sociedad a la que a veces nunca pertenecieron.
Nuestros países no han alcanzado el supuesto de la igualdad (al menos teórica) para todos los integrantes de la sociedad, supuesto constitutivo y central de la conformación de los modélicos Estados-nación del Norte.
Esto abre otra cuestión que escapa a este formato, y es el de las burguesías. Fueron las burguesías europeas las creadoras de los Estados-nación y de la(s) propia(s) Nación(es) con el contenido que hoy le conocemos. Esta realidad histórica (ajena) abrió camino a la creencia de que también países como Argentina debían contar con sus respectivas burguesías nacionales para completar el ciclo y constituir sus propios Estados-nación.
Luego de la Segunda Guerra Mundial se abrió una etapa de descolonización en la que distintos movimientos políticos (policlasistas, dirían los marxistas) condujeron la liberación de distintas colonias pertenecientes a los extintos imperios europeos. Pero estos países no eran, como el nuestro, formalmente independientes sino dependencias de las metrópolis, generalmente gobernados por oficinas de los ministerios de colonias y sujetos en general al expolio de su producción más primaria: los propios "paisanos".
La formalidad institucional permite el funcionamiento del sistema democrático (una dictadura militar sería inconcebible e innecesaria en las naciones centrales), pero con ciertas mediaciones, el sistema colonial sigue en pie. Esa mediación está dada por el poder tradicional, los sectores sociales poderosos cuyos intereses e ideología coinciden con las del imperio, esté o no éste en decadencia. Esa coincidencia ideológica no significa que el poder concentrado realice las mismas tareas fundacionales de sus mentores. Por el contrario, operan en su propio país como capataces, colonizados con privilegios, virreyes, gerentes y garantes de la dependencia.
 
Aquí el original:
 
http://patria-o-colonia.blogspot.com/2011/10/parliamo-di-donne-hoy-un-cacho-de.html

2 comentarios:

Jorge Devincenzi dijo...

Te agradezco. Muchos otros lo han escrito mejor que yo.

Moscón dijo...

No te creas,escribirlo es una cosa,que se ofrezca claridad de ideas es otra.