domingo, 14 de abril de 2019

LA PARABOLA DEL REMERO

Conquistadores eran los de antes, que buscaban quedarse con el territorio, instalar una lengua, una cultura y llevarse el oro, la plata, las mujeres y además hacer esclavos. De esos conquistadores ya no hay más. El mundo está loteado y repartido, y el oro para saquear se acabó. Además existen otros métodos para instalar una cultura: Hollywood, Netflix, Facebook. 
Esos conquistadores funcionaban con tracción a sangre: remeros en las galeras. Desconozco si les daban un porcentaje del oro afanado o si les pedían esfuerzos extras con la promesa de que si los conquistadores se beneficiaban, los remeros también. Más bien creo que los amenazarían con tirarlos a los tiburones.
Pero por más que hayan cambiado las cosas, el afán de conquista no desaparece. Por motivos inexplicables, ciertos hombres se dedican a intentar que el resto viva como ellos, con sus creencias, sus dioses, su moral. También está el dinero, claro, pero no lo es todo, como ya verá, querido argentino mío. 
Ahora nosotros estamos bajo el embate de una nueva conquista. Nuestros conquistadores son chetos que se ríen como bobos todo el tiempo, pero en algo se parecen a los conquistadores del pasado: vinieron por todo. Vinieron a instalar una cultura cheta, antiperonista, cool, ja, ja, la mismita que rige en Barrio Norte de Buenos Aires, y también vinieron a llevarse el oro. Lengua no pueden instalar porque son burros y hablan como monitos bebés recién despertados de la siesta. 
En este caso los remeros somos nosotros, que funcionamos bajo amenaza (perder el trabajo o la casa) o porque, según nos dicen, si el barco se hunde, nos hundimos todos. Algunos remeros creen que si los conquistadores llegan al paraíso, ellos también. Otros se sienten parte de la conquista y quieren ayudar a instalar la cultura de Barrio Norte aunque ellos vivan en Villa Las Chapas. Son remeros que se imaginan viviendo codo a codo con los conquistadores, algo imposible y cuestión central de esta nota, como verá, ja, ja. 
Olvidadas las metáforas, sabemos que los conquistadores querían instalar una cultura repleta de gente boludamente feliz, ja, ja, y sin peronismo, ja. Pero por mucho que el conquistador vaya por todo, se lleva lo que puede. Y estos se dieron cuenta a los dos días de iniciada la conquista de que el proyecto de una nueva cultura estaba destinada al fracaso. Que el enemigo había sido fumigado, bombardeado, y que ahí estaba, díscolo pero vivito. También se dieron cuenta de que si insistían iban a lograr que gente que nunca se definió peronista lo haría por odio hacia ellos, hacia la cultura cheta-cool, la de los monitos que ríen siempre, ja, ja.
Así fue que se olvidaron del proyecto épico y se dedicaron a lo obvio: hacer guita, vaciar las arcas, beneficiar familiares y amigos, apoderarse del oro en forma de tierras, empresas. Y destruyeron un país. Lo encerraron en una caja a lo Schrödinger donde no se sabe si está vivo o moribundo. Ahora, ¿destruir un país por la guita, cuando ya tienen guita para vivir cien vidas? No, no, no… ja, ja… No se confunda, querido argentino mío, es algo más. Es al fin de cuentas instalar una idea cultural, otra. ¿Está confundido? Espere y verá, ja, ja.
Para entenderlo hay que tratar de meterse en la cabeza de los ricos. Hay que pensar en lo que ese rico tiene, pero sobre todo en lo que desea. Hay que hacerse la pregunta: ¿cuál es el deseo del que lo tiene todo? ¿Qué puede excitar a un millonario? Yo creo que ese deseo es una especie de desierto, un páramo, una nada. ¿Qué hay una vez bebidos todos los champagnes caros, comprados todos los autos lujosos, viajado a todos los hoteles caretas?
Entonces el conquistador recuerda a su compañero de aventuras, el remero. Primero porque si el conquistador fracasa, puede culpar al remero. Pero sobre todo porque el remero es la medida de probables futuros ya que se puede rebelar, tirar al conquistador al agua, quemar el barco, o simplemente negarse a remar.
Ahí es dónde nace el último deseo del conquistador. El deseo que faltaba. El último placer del millonario. Ese deseo es cortarle el camino de la prosperidad al otro. Si el otro es un colectivo humano, más placer. Si es toda una clase social, mejor. Cortarle el camino al progreso a todo un país debe ser un orgasmo difícil de empardar en la cama.
Los conquistadores tienen una última batalla cultural que dar. No dejar que el remero ocupe su lugar en el mando del barco, no dejar que sea feliz, no dejar que encuentre un paraíso, ni siquiera que pueda buscarlo. El conquistador es capaz de aceptar el naufragio si sabe que el remero también naufraga. Lo dice bien Elías Canetti (citado por Giacomo Marranao): "El tipo paranoico del poderoso puede reconocerse en esos individuos que buscan por todos los medios poner distancia entre ellos y los demás, porque ven en los demás una potencial amenaza a su propio cuerpo".
De ahí la necesidad de destruir el peronismo y los sueños de progreso del obrero, del remero, reme por los motivos que reme. A estos conquistadores les quedan seis meses para darnos esa última lección. Enseñarnos que nosotros debemos remar y nada más. La peor tragedia de los chetos sería que el barco se hunda con ellos adentro (simbólicamente, que vayan en cana) y nosotros nademos hasta la orilla y podamos comenzar de nuevo. Van a hacer todo lo posible para que eso no suceda. Van a quemar el barco, hundirlo, empeñarlo, regalarlo. De hecho, lo están haciendo.

2 comentarios:

Frodo dijo...

Interesante parábola para tener en cuenta en estos meses.
Desde que traés las opiniones de este muchacho a este foro, la palabra "cheto" para mí cobra este sentido. Me gusta que así se designe a esta clase que hoy nos gobierna, un poco despectiva, pero también cercana.

Abrazo Moscón!

Moscón dijo...

Hacer impotente al otro es la consigna de la colección de soretes "de clase".
Algo así como el eunuco cuidador del harem, recupera su potencia haciendo impotente a otro.

Abrazo Frodo