"Los maestros calumnian a la Naturaleza: La injusticia, dicen, es Ley Natural....
Por Ley Natural, comprueban Richard Herrnstein y Charles Murray, los negros están en los
más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D.
Rockefeller solía decir que la Naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y
más de un siglo después, muchos dueños del Mundo siguen creyendo que Charles Darwin
escribió sus obras para anunciarles la gloria."
Eduardo Galeano
¿Qué son los genes? ¿Qué idea se ha implantado (nos han implantado) a los científicos
y a la sociedad sobre el carácter de la herencia de nuestros rasgos físicos, de nuestra
naturaleza, incluso de nuestro comportamiento? Si buscamos su definición científica,
nos encontramos con que “Un gen es una secuencia ordenada de nucleótidos en la
molécula de ADN que contiene la información necesaria para la síntesis de
una macromolécula con función celular específica, habitualmente proteínas pero
también ARNm, ARNr y ARNt. El gen es, pues, la unidad mínima de función genética,
que puede heredarse”. Es decir, ahí, en el ADN, está todo lo que somos, desde nuestro
aspecto hasta nuestro cerebro. La frase “lo lleva en los genes” ha pasado a formar
parte del vocabulario coloquial, especialmente si la persona que la pronuncia se tiene
por culta. Pero, ¿qué hay detrás de esta forma de ver la realidad denominada
determinismo genético? Que hay personas limitadas por sus genes o personas llevadas
al éxito por sus características genéticas; que tienen “buenos genes” (recientemente,
se ha publicado el hallazgo del “gen del liderazgo”.) Que las cosas son como son
porque la Naturaleza reparte los genes de una forma poco generosa, si tenemos en
cuenta las proporciones de ganadores y de perdedores que se observan en la sociedad,
en la Humanidad.
La idea de que las personas nacen para ser dominadores o dominados es vieja y se
puede encontrar en Aristóteles (lo que no es extraño si tenemos en cuenta que era
propietario de esclavos), pero la conexión de estas ideas con el pensamiento científico
actual se encuentra en el calvinismo y su concepto de “predestinación”, según la cual,
el ser humano está predestinado de antemano a condenarse o salvarse. Entonces, ¿cómo
reconocer a los predestinados a la salvación? Para el calvinismo está claro: Si a uno le “va bien”
en la vida, si sus negocios son prósperos, es virtuoso y vive con austeridad, es seguro que se
salva. En cambio si uno solo tiene desgracias en esta vida (para concretar: si es pobre), seguro
que está condenado. Y la concepción religiosa de la vida tiene estrechas relaciones con la
cultura en que nace y, a su vez, impregna el pensamiento de las personas pertenecientes a esa
cultura, independientemente de sus creencias religiosas. El reflejo “científico” de este
fenómeno se plasma en “Sobre el origen de las especies por medio de la selección natural o el
mantenimiento de las razas favorecidas en la lucha por la existencia”, un libro de una
inconsistencia científica notable y de una confusión (literaria y conceptual) mareante
elaborado por un desocupado clérigo anglicano de buena posición económica (su única
actividad laboral era la de prestamista) llamado Charles Robert Darwin, al parecer,
desconocedor de los estudios científicos sobre la evolución que llevaban realizándose en la
universidades europeas desde cien años antes. Su gran “descubrimiento”, la selección
“natural”, fue producto de una más de sus torpes argumentaciones:
Del mismo modo que los
ganaderos seleccionan animales útiles para ellos, la Naturaleza seleccionará “indudablemente”
en la “lucha por la vida” a los seres con características “favorables”. Una extrapolación
absurda, como fue puesto de manifiesto por los científicos evolucionistas de la época, pero que resultó muy del agrado de personajes muy influyentes científicamente, pero sobre todo,
socialmente, porque esta concepción implicaba que la vida es una competencia
permanente, que las características “favorables” o “desfavorables” eran intrínsecas a
los seres vivos (por supuesto, fundamentalmente al hombre), y que la Naturaleza
premiaba a los “más aptos”.
La obsesión por traducir científicamente esta conveniente (para algunos) concepción
de la realidad se plasmó en el “invento”, a principios del siglo XX, de la Genética de
poblaciones, un fraude consciente o inconscientemente llevado a cabo por científicos
eugenistas, convencidos de que había que “mejorar la Humanidad” librándola de
“genes malos”, de las personas de baja calidad. Basándose en una concepción
simplista del “gen” como responsable directo y único de un carácter concreto, que ya
se sabía falsa por entonces, y mediante fórmulas basadas en la posibilidad de sacar
cara o cruz en una moneda lanzada al aire, consiguieron “demostrar”
matemáticamente que si un “gen” tenía una pequeña “ventaja” (su obsesión
irrenunciable), con el tiempo, se haría único en toda la especie mediante la selección
“natural”. Aunque pueda parecer absurdo, incluso increíble, con este argumento, se
dio por demostrada la “actuación” de la selección “natural” y se dio por bueno el
darwinismo para explicar la evolución.
Parece que la conexión entre la teoría “científica” y el pensamiento calvinista es clara,
pero ¿cómo se consiguió implantar semejante fraude en el ámbito científico? La
historia sería larga de contar y documentar, pero se puede resumir en la imposición de
la cultura dominante en el mundo de la ciencia controlada, especialmente tras la
Segunda Guerra mundial, por las élites financieras . Las mismas que hoy controlan la
mayor parte de las grandes empresas farmacéuticas y biotecnológicas, que apoyaron
desde el principio, las investigaciones de los científicos eugenistas.
Y, ¿cuál es el interés práctico del mantenimiento de esta visión? Por una parte, la
justificación “científica” de la situación que ellos mismos nos han impuesto: Si la vida
es una permanente competencia y existen individuos intrínsecamente “más aptos”, las
cosas son como son porque son “leyes naturales” (como decía John Rockefeller). Por
otra, si el “gen” es la unidad de información genética, si se consigue cambiar los genes
a voluntad, se podría “mejorar” las características humanas, prolongar la vida del que
pudiese pagárselo, incluso crear “superhombres”. Pero estas absurdas pretensiones
(que no se han abandonado) fueron pronto superadas por otras más factibles y más
prácticas: si se consigue cambiar genes en cereales y otros productos vegetales, se
patentan esos productos y se impone su cultivo se puede llegar a acaparar el control
de la alimentación mundial. Y parece que lo están consiguiendo….
Afortunadamente, en el mundo de la Ciencia, la honestidad intelectual es el rasgo más
común y, a pesar de la “formación” que recibimos, que se puede desglosar en
desinformación (histórica) y deformación (científica), siempre ha habido científicos que no se han conformado con las “consignas” recibidas para dar por explicado, con
unos argumentos tan simples, la complejidad de la Naturaleza, y siempre han habido
científicos que no paran de buscar respuestas, y, con los progresos en las técnicas de
observación y análisis de los fenómenos biológicos se están produciendo
descubrimientos que han derribado, no sólo la base conceptual de las manipulaciones
genéticas, sino toda la base “teórica-ideológica” que las sustenta. En 2003 nació el
proyecto ENCODE (Enciclopedia de los Elementos del ADN), formado por 442
científicos de 32 laboratorios de seis países (entre ellos, España) con el objeto de
analizar con la máxima resolución posible una fracción mínima del genoma humano.
Los resultados deberían haber provocado una verdadera revolución en el campo de la
Biología porque desbaratan todos los supuestos teóricos asumidos como su concepto
unificador, su fundamento teórico. Veamos algunos de ellos.
En términos generales, los resultados del proyecto ENCODE han destruido el concepto
de “gen” como “unidad de información genética”. Se ha comprobado algo que se
intuía desde hace tiempo: que la información genética no proviene directamente de
los “genes” codificantes de proteínas, que constituyen el 1,5% del genoma (lo que nos
anunciaron como “la secuenciación del genoma humano”), sino que es el resultado de
la interacción de una enorme cantidad de componentes dispersos por el conjunto del
genoma y está sometida a las condiciones ambientales en que se expresa. Para
explicarlo de un modo gráfico, lo que se consideraba “genes” no son entidades
individuales sino fragmentos de ADN dispersos por el genoma y sin un significado
concreto, es decir, no serían “palabras” sino algo así como sílabas sin sentido, y es la
parte no codificante del genoma, el 98,5% restante, que se había calificado como
“basura” o “ADN egoísta” (la “gran aportación” del ultradarwinista Richard Dawkins) la
que regula a distancia estas silabas para producir “palabras” con sentido, la que decide
cómo se combinan las sílabas y dónde y cuándo se expresan y esta expresión está
condicionada por el metabolismo celular y depende, por tanto, del ambiente externo.
Es decir, los mismos “genes” tienen significados distintos en distintos organismos y se
expresan (o no) de modo diferente en los distintos tejidos, en las diferentes etapas de
la vida y en función de las condiciones ambientales.
En definitiva, la información genética, no está en los genes, sino que es producto de
una red que comunica unas secuencias con otras, y con una enorme cantidad de
proteínas en el contexto del ambiente, y son los fallos en la “maquinaria reguladora”
de la información genética, producidos por algún factor ambiental, los responsables de
las llamadas “enfermedades genéticas”. No será “cambiando los genes”, 200 de los
cuales están patentados, como se combatirán (previo pago) las “enfermedades
genéticas”. Y tampoco nos podrán convencer de que existen los “genes” que
determinan el comportamiento humano.
Se les acabó el negocio. Se les acabó su fraudulenta justificación. La Naturaleza no es
un campo de batalla y la vida no está formada por maquinarias de relojería a las que se
puedan cambiar sus piezas, sino por una red compleja de interacciones en la que
juegan un papel fundamental la capacidad de cooperación y la consciencia ecológica.
Fuente: http://www.somosbacteriasyvirus.com/
3 comentarios:
Mucho más que los genes pesan los contextos sociales. Cualquier persona tiene intrínsecamente un reservorio de vida, dinamismo y creatividad enorme al nacer. La sociedad, a golpes, inhibe todo esto.
No es otra cosa que una estrategia de dominación. Una persona libre de mente no se deja someter. Vivimos sujetos a una guerra suave desde las esferas del poder contra el grueso de la humanidad. Y generalmente perdemos por abandono. Ni acusamos recibo de esta.
Salutens.
Si, repetir un mantra "científico" para acomodar intereses elitistas hace efecto en todo humano.
Pero la mentira,como todo, tampoco es eterna.
uh que difícil este tema de los genes, se me escapa en una mirada simplista...
bueno, yo debería quejarme de algunos que me dejaron mis padres pero no es el caso para hacerlo, abrazo...
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